El país vive la época de los políticos que amasan grandes fortunas sustraídas del erario público al vapor, y que han forzado un cambio en la correlación de fuerzas políticas y sociales que les permite competir económicamente con la oligarquía tradicional.
Políticos que con su saqueo de las arcas del Estado llevan cada día a los niveles más extremos de pobreza a amplios sectores de la población, a la que estrujan en sus narices, con el mayor de los descaros, sus riquezas mal habidas.
A estos señores de la política no les importa el país, su único interés es enriquecerse cada vez más, y en estos menesteres no escatiman ningún esfuerzo para comprar a diestra y siniestra las voluntades de personalidades y partidos políticos.
En tal sentido, han enriquecido a muchos periodistas, quienes se han convertido en sus voceros en los medios de comunicación, en el objetivo de mantener a la población en el obscurantismo político, en la promoción del partido de gobierno y en la defensa de los funcionarios corrompidos.
Con el mismo método de las dádivas y el enriquecimiento ilícito, convirtieron en sus satélites al mayor partido de la oposición, a pequeños movimientos políticos, al igual que algunas organizaciones autoproclamadas de izquierda.
Estos políticos han construido carreteras, elevados, pasos a desnivel, metro, etc., con fondos obtenidos de empréstitos con el Fondo Monetario Internacional, y otras instituciones crediticias internacionales. Han endeudado el país a un nivel tal que la deuda externa es impagable. Con el agravante de que las sobrevaluaciones en las construcciones públicas son una de sus principales fuentes de enriquecimiento ilícito.
Los políticos de turno se han encargado de entregar a la explotación de las transnacionales nuestro oro, que es el principal recurso no renovable con que cuenta el país, que en manos de un gobierno serio podría generar riquezas suficientes para pagar la deuda social contraída con la población en estado de vulnerabilidad o pobreza extrema; sector de la población que actualmente es subutilizado, desde el punto de vista productivo, para fines de clientelismo electoral, mediante el uso de varias tarjetas cuyo objetivo principal es mantener su voto cautivo y perpetuar en el poder al partido de gobierno.
Estas son algunas pinceladas del panorama político, social y económico del país. Pero aún con este saldo tan negativo, no se puede decir que estamos ante un callejón sin salida. Sí cabría preguntarse: ¿En qué parará la cosa caballero?