Éxodo, el segundo libro de la Biblia, deja muy claro que cuando Dios quiere castigar a la humanidad, lo hace con plagas y enfermedades.
Durante milenios las epidemias fueron entendidas exactamente así: como actos de retribución divina, una fuerza de la naturaleza que podía devastar imperios y aniquilar a grupos enteros de población.
Desde la peste bubónica hasta el sarampión, del cólera a la viruela, las epidemias han transformado nuestro mundo, dejando destrucción y enorme agitación social a su paso.
¿Cuál es, sin embargo, el origen de la enfermedad? ¿Cuándo empezó la humanidad a sufrirla?
«La humanidad empieza a enfermarse casi desde el principio, pues en las sociedades cazadoras recolectoras la gente tenía muchos parásitos», le dice a la BBC Anne Hardy, profesora de Historia de la medicina en el Wellcome Trust Centrede la Universidad de Londres.
«Pero, la enfermedad como hoy la entendemos sólo apareció cuando las sociedades se asentaron».
Cómo las entendemos
Hardy aclara que cuando habla de «las enfermedades como las entendemos hoy», no quiere decir que los cazadores recolectores no se enfermaran, sino que los grupos eran tan pequeños y nómadas que las enfermedades no propagaban de la misma manera.
De hecho, todavía hoy hay enfermedades infecciosas cuyas características les permiten persistir en poblaciones pequeñas, como la malaria, pues la inmunidad que desarrollamos es incompleta y no es de por vida, o la enfermedad de Chagas, pues tiene un curso lento o crónico, lo que permite que un individuo pueda continuar infectando a otros durante años.
«Es necesaria una masa crítica de población antes de que las enfermedades se puedan propagar».
Fue cuando empezamos a labrar la tierra, a establecer aldeas y pueblos y, particularmente, cuando nos empezamos a organizar en ciudades y estados que la enfermedad emergió y empezó a afectar sociedades, explica la experta.
De hecho, según numerosos estudios, entre las enfermedades infecciosas de las poblaciones humanas productoras de alimentos modernas hay unas que sólo pudieron haber surgido en algún momento de los últimos miles de años.
Por qué
Imagínate una enfermedad grave, que se trasmite eficientemente y o mata rápido a sus víctimas o las que sobreviven, desarrollan inmunidad a la infección.
Si la población es pequeña y esparcida, pronto se agotará la reserva de víctimas potenciales susceptibles locales y desaparecerá.
«Una enfermedad como el sarampión -apunta Hardy- pudo haber aparecido antes en grupos pequeños y desaparecido».
Pero en una población grande y densa, puede persistir propagándose a otras áreas y retornando a la original cuando hayan nacido nuevas víctimas potenciales sin inmunidad, como explican Nathan D. Wolfe, Claire Panosian Dunavan y Jared Diamond, expertos de la Universidad de California en su artículo para el Centro Nacional para la Información Biotecnológica de EE.UU.
Estudios empíricos -como Anderson y May 1991; Dobson y Carper, 1996- han arrojado que la población requerida para sostener una enfermedad multitudinaria – como es el caso del sarampión, la rubiola y la tos ferina- debe tener al menos varios cientos de miles de personas.
Y antes del advenimiento de la agricultura, hace unos 11.000 años, no existían poblaciones de tal tamaño en ningún lugar del mundo.
Anne Hardy cita una fecha es más cercana, en la que le parece muy probable que ya hubiera epidemias multitudinarias.
«Alrededor de 3.000 A.C. la población humana alcanzó la densidad crítica de medio millón de habitantes, en la que las enfermedades infecciosas pueden establecerse y propagarse constantemente».
¿El lugar? Sumeria, en Medio Oriente, hogar de la que es considerada como la primera y más antigua civilización de la historia.
Juntos y revueltos
Sin embargo, la cercanía a otros humanos no es el único factor.
«Las enfermedades como las conocemos probablemente se originaron en animales que vivían en manadas en el pasado distante. Cuando los humanos se asentaron y empezaron a domesticar animales, entraron en contacto con sus infecciones», señala Hardy.
Los expertos estiman que al menos ocho de las enfermedades de zonas templadas probablemente fueron transmitidas inicialmente de animales a humanos, entre ellas la tuberculosis, la tos ferina y la viruela.
Y hay otro factor importante: de la mano del asentamiento viene una creciente densidad de parásitos.
«Surge la necesidad de establecer sistemas para deshacerse de las heces, la basura, los cadáveres, que si no son efectivos la infección se acumula in situ».
Si podemos hablar de un principio, ¿habrá un fin?
Lo que hemos logrado es erradicar ciertas enfermedades.
«La clásica -aunque ahora se está cuestionando, porque hay botellas con cepas del virus en más lugares de lo que debería ser- es la viruela», señala David Bradley, profesor de Higiene Tropical del departamento de Medicina Tropical de la Universidad de Londres.
«Desapareció completamente en los últimos días de la década de los 70 en todo el mundo gracias a una agresiva campaña de vacunación global. Pero la viruela es inusual porque no hay portadores; no hay gente sana caminando por ahí con el virus».
«Otra que está casi erradicada es la enfermedad de la lombriz de Guinea (Dracunculiasis), que solía dejar a mucha gente incapacitada durante la temporada de siembra. Se propagaba por el agua… ¡pero es un organismo tan frágil que si no podemos contra él, más bien apaguemos la luz y nos vamos!», exclama Bradley.
Pero ¿es al menos imaginable un mundo libre de enfermedades?
«No, es la respuesta corta», responde Chris Dye, epidemiólogo de la Organización Mundial de la Salud.
«Estamos en un mundo repleto de organismos que viven de otros y las enfermedades son la manifestación de ese hecho ecológico».
«Podríamos erradicar otras más: la próxima grande es el polio, que está cercana a ser erradicada. Y ya se habla de que la siguiente sea el sarampión, que es un problema mucho más complejo».