En primera persona presente y futuro en pocas palabras

En primera persona presente y futuro en pocas palabras

En primera persona presente y futuro en pocas palabras

Roberto Marcallé Abreu

Basta con salir a la calle para percatarse del cambio profundo de la sociedad dominicana en los últimos veinte años. Puede que nos llene de asombro la cantidad de edificaciones que se perfilan en el horizonte.

En ciudades como Santiago y Santo Domingo este panorama es normal. El crecimiento vertical existe, a diferentes niveles, en la generalidad de nuestras ciudades.

La semana pasada una protesta contra los elevados precios de los combustibles asustó a personas y autoridades. No por la protesta en sí, muy justa por cierto, sino por el absoluto caos que podría derivarse del hecho en una ciudad en la que resulta imposible trasladarse con relativa rapidez.

El número de unidades que circula por calles y autopistas se ha multiplicado sustancialmente. Nunca antes el parque vehicular alcanzó niveles tan elevados.

Túneles y pasos a doble nivel se han incrementado. Igual que los centros comerciales que han colocado a la defensiva los negocios ubicados en las vías donde se centraba la actividad anteriormente (la Duarte, El Conde, la John Kennedy, la Mella) y a muchos pequeños y medianos establecimientos.

En las áreas turísticas han proliferado los hoteles y “resorts”. Igual ha ocurrido con los denominados “drink” en las ciudades, versión criolla de los denominados “liquor store” estadounidenses. Hay toda clase de restaurantes, salones de belleza y gimnasios. Decenas de centros de estética ofrecen sus servicios especializados. Áreas residenciales pierden la confrontación con el comercio. Se ha incrementado el número y los niveles de influencia de las entidades financieras.

El carácter del dominicano ha sufrido cambios. Somos más intolerantes y violentos. Menos empáticos. Las cifras de muertos debido a agresiones (atracos, asesinatos en peleas, feminicidios) es escandalosa. Los accidentes vehiculares alcanzan cifras astronómicas así como su secuela de decesos, lisiados y daños. Crece el volumen de las aseguradoras. El ruido es terrible en todas partes.

Preocupa la estadística de suicidios. Aumenta el número de divorcios y la familia tradicional se deshace. Cientos de niñas resultan embarazadas cada año. Ha crecido de manera espectacular el número de farmacias y bancas de apuestas

El poder adquisitivo del peso es miserablemente bajo. Los alimentos, la matricula escolar, las medicinas, los combustibles y los pagos por diversos servicios liquida velozmente los magros ingresos de los empleados medios y bajos. Existe un tráfico y consumo de drogas realmente ominoso.

La confiabilidad en los líderes y los partidos políticos se encuentra en su punto más bajo. La presencia haitiana es creciente. Hay un repunte del desarrollo agrícola en algunas áreas, la industria no alcanza sus metas y es evidente la ausencia de iniciativas modernas en áreas como la pesca.

Los niveles de inseguridad son abrumadores. El dominicano, consciente de que vive ahora en un entorno impredecible, es menos sociable. Existe, a todos los niveles, un apego enfermizo por la comunicación digital. En algunos sectores hay más fe de progreso personal en el juego de azar, el béisbol, el espectáculo y las actividades ilícitas que en las profesiones nuevas o tradicionales. Hay mayor volumen de corrupción que nunca antes. El dominicano lee muy poco. Un simple y acelerado vistazo de nuestra realidad.



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