En mayo se verá

En mayo se verá

En mayo se verá

Decir que fueron momentos de ilusiones, de agitadas turbulencias y de infinita incertidumbre, no es más que un retrato minúsculo de los primeros años posteriores a la desaparición de Trujillo.

Tal era la intensidad de los acontecimientos de aquellos tiempos que, en apenas 72 horas de un levantamiento popular que buscaba reponer una democracia decapitada apenas comenzada, y ya teníamos encima la segunda intervención militar de Estados Unidos en nuestro territorio.

Sucedió que el futuro nos agarró desprevenidos, que vinieron a narigonearnos; y, desde entonces, nada ha resultado ser como lo hemos imaginado.

Una vez más, la vida demostró ser una cascada de eventos azarosos a los que, ya acontecidos, algunos intentan encontrarles algún sentido para que parezcan lógicos; tarea difícil –cuando no imposible–, pues el destino no siempre lo determinan las necesidades ni las circunstancias.

Aun ante circunstancias adversas, para mayor infortunio durante demasiado tiempo –digo yo– nos hemos dado el lujo exótico de ir de manos de políticos de un cinismo palabrón sin par, con aspecto de misa diaria, expertos en jugadas subterráneas y bandazos dignos del mejor de los circos. El resultado es que ahora vivimos suspendidos en una perturbadora especie de dimensión desconocida, que bien podría –si nos descuidamos– dar al traste con toda nuestra historia.

No hay que echarle mano a eufemismo alguno para definir la realidad del momento, porque, si no es complicidad pura y dura, parecería que nos gobierna la casualidad, algo así como si estuviéramos sometidos a un estricto código de la mala suerte.

Sea o no estrecho el margen de maniobra del actual gobierno, la verdad es que parece bien cómodo en su mecánica, al punto de que no le importa la frustración que ha generado un cuatrienio de lenidad política, como –tampoco– el hecho de que luzca encadenado a las extremidades inferiores de una agenda internacional que solo busca liquidar a la República Dominicana como Estado y a todos los símbolos que lo identifican.

El resultado de esa política es que se ha colocado en la marginalidad al país y se le mantiene como rehén de una alianza de países delincuentes que, pese a la fortaleza de una historia republicana de 172 años, continúan empujando la quimera de la integración binacional.

Cuándo entenderán que, a pesar de una crisis moral que ha agrietado el equilibrio social después de educar –aposta– precariamente a dos generaciones de jóvenes ya alienados, es inasumible para nuestro pueblo la utopía de una integración forzada, así como también acoplar a nuestros sentimientos una elasticidad hipócrita que no tiene sentido.

Cuando un pueblo se sabe asaltado por la falsía, la abyección, el servilismo, y mira hacia su pasado buscando soluciones a sus problemas, significa que el apuro es serio.

Eso explicaría, en parte, por qué, hoy, cada vez más personas se preguntan si no tendríamos un mejor país con Trujillo.

Y como no puedo digerir que, por propia decisión, caigamos por debajo de nuestro instinto de supervivencia, en mayo se verá si en verdad el país está hastiado de partidos voraces, de políticos serviles y de gobiernos inútiles.



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