Se ha dicho que el chofer del camión que el pasado día primero arrolló un grupo de personas en un campo de Azua, con saldo de seis fallecidos y cuarenta heridos, no es el culpable de la tragedia.
Pero leo en las redes sociales que ese mismo conductor tenía veintiocho contravenciones de tránsito registradas en su haber. Y si es así, aquí hay dos señales del caos en que nos estamos hundiendo.
Ya se ha vuelto un hábito el que cuando se arma una bebedera frente a un colmadón, los bebedores, hombres y mujeres se adueñan de la calle, interrumpen el libre tránsito de vehículos y hasta de peatones, sin que haya autoridad que imponga el orden a este agravio colectivo a la convivencia.
Y si es cierto eso de las veintiocho infracciones, entonces cómo se explica que alguien con ese récord ande manejando un vehículo pesado que en manos irresponsables se convierte a veces en uno de los peores instrumentos de muerte en calles y carreteras. Sin que la dirección de tránsito ni la empresa que contrató a ese chofer se fijaran en ese historial.
Ese mismo día hubo cincuenta y cuatro accidentes de tránsito, con dieciséis muertos y noventa y cuatro heridos. Hasta hace poco, el nuestro ostentaba el triste honor de ser el país con más muertes anuales por accidente de tránsito del mundo, sin que asome la esperanza de que la autoridad haga prevalecer el sentido de la disciplina social y también la gente recupere el concepto de la responsabilidad ciudadana.
Salir a la calle a conducir es un viaje a la aventura, en este país sin peatones, donde ya no caben más vehículos lujosos ni más cacharros destartalados, ni más choferes, ni motoristas, ni conductores imprudentes; y donde se entrega el control de los semáforos a una empresa que provoca un apagón general y hacer colapsar por todo un día el escaso orden que todavía sobrevive en el tránsito de algunas zonas de la capital.
Quedémonos en el tránsito sin pasar a otros aspectos en los cuales siguen creciendo la descomposición y vulgaridad, el agravio abierto al pudor y la moral.
Y ese estilo de vida tiene sus ídolos en los medios, consagrados y admitidos como modelos del éxito fácil. Por suerte que, en la otra acera hay ejemplos luminosos de superación de la juventud como los de Marileidy Paulino y otros, que hacen que se mantenga viva la esperanza.