Total, si la historia no es más que el conjunto de acontecimientos encadenados y cíclicos que se repiten de distintas maneras, según la época en que acaecen.
Una época y sus ocurrencias suelen parecer disímiles a otras anteriores, aunque también se entrevean en ellas reflejos concurrentes.
El hombre de hoy se encuentra secuestrado e inmerso en la época postmodernista, también llamada de “identidad líquida”, documentada muy claramente por ZygmuntBauman.
Este hombre postmodernista es puramente relativista en lo moral y en lo cultural; se opone a las ideas universales, y se basa en la diversidad de opiniones y culturas, sólo creyendo en las suyas propias Este hombre de hoy no cree en nada: ni en la libertad ni en la existencia de unos ideales que antes eran fundamentales para una vida plena y ordenada (veamos las atrocidades de la delincuencia y de los incomprensibles actos de crueldad escenificados en las calles).
O sea, que el obcecado pesimismo de dicho hombre líquido engloba todos los ámbitos de la vida, dándose por vencido e impotente ante la propuesta de soluciones a los problemas que se le plantean, admitiendo la falta de sentido y solo acogiendo el suyo propio.
Es decir que dicho hombre renuncia a la posibilidad de un razonamiento, tal como lo hemos conocido desde siempre, en la lógica y en la ética.
Continuando con la idea inicial de la repetición cíclica de muchos hechos parecidos a los ya ocurridos en otras épocas pasadas, no se encuentra en ellas referencia alguna sobre otro tiempo histórico tan extremadamente pesimista como el actual, lo cual nos explica la razón del consumismo desenfrenado del hombre postmodernista, sin importar la diferencia del poder adquisitivo entre un consumidor y otro.
Prueba de esto lo tenemos en el famoso “viernes negro”, día en que los norteamericanos, y por ende los dominicanos, se lanzan a las tiendas en manadas, con la idea errónea de que los artículos adquiridos son una verdadera opción de ahorro.
Esta nueva generación no cree en la conservación de ningún artículo, ni siquiera los conservados meticulosamente por los padres para el disfrute de las futuras generaciones de la familia. Todo debe ser reemplazable y desechable; bien entendido que ya no tienen la ayuda doméstica del pasado ni el tiempo disponible para ocuparse de estos artículos considerados nimiedades para ellos.
Y solo pensar en nuestras madres, sentadas frente al antiguo costurero con el ovillo y la aguja, zurciendo las medias y otras piezas de vestir, no solo para conservarlas sino también para uso de los más pequeños de la casi siempre numerosa familia.
Y qué decir de la identidad, fuente de todo lo que es propio del ser humano y que ahora se “diluye” arrastrada por la desmedida corriente de la globalización, por el constante intercambio entre otras culturas que se entrelazan con las autóctonas en las ingentes migraciones o con la información tan fácilmente disponible en el ordenador.
El mundo deviene uno solo y se transforma, encontrándonos nosotrosen mediode inevitables cambios y por lo tanto, transculturándonos aún a costa de nuestra inconformidad.
Este postmodernismo o licuefacción del ser humano, impone por el bien de la raza humana una pronta y requerida transformación histórica que pueda devolver al hombre un merecido propósito de venir al
mundo siempre en la búsqueda de una merecida ilusión.