No es incierto: una profunda tristeza nos perturba. Se revela y descubre en el rostro y la voz de la gente.
El cielo ha enrojecido. El mar está muy quieto. La angustia, una profunda angustia, nos ahoga la respiración y los ánimos decaídos nos oprimen el pecho. La muerte de Johnny, que es como todos le llamaban, nos ha arrastrado a un estado de inenarrable desconcierto.
Es un dolor que no hay manera de describir. La gente llora dentro y fuera de sus casas. Mujeres, hombres, niños y ancianos se reúnen en las aceras, en las calles, en los parques. Se miran con honda tristeza, se abrazan, procuran consolarse, pero no es posible. Una sola mirada de ojos enrojecidos y expresiones de angustia. Las lágrimas humedecen los rostros como si los abatiera un aguacero inclemente.
Ochenta, ochenta y un año. ¡Es, para nuestro pesar, el tiempo que compartió con más de una generación de dominicanos! La impresión unánime es que siempre estuvo ahí, muy cerca. El gesto alegre, la actitud amable y amistosa, la sonrisa, pero también la firmeza de carácter. Era un monumento al regocijo, aunque,en los momentos difíciles, cuando la Patria estuvo en peligro, era severo y firme como el acero.
Logró darle carácter, armonía, forma y sentido a la música nacional. Una música que es reflejo luminoso del espíritu del dominicano y que, como nosotros mismos, está en recreación constante.
Hay poesía, amor, júbilo, emoción y también rebeldía, nostalgia, abatimiento: es así como somos.
Pero, ¡cuidado! La sonrisa, cuando lo exigen las circunstancias, se transforma en un gesto de acritud y encono. Cuando el poder desatado de gente desalmada quería violentar una vez más la Carta Magna para entronizar un estado de cosas ya insoportable, él estuvo en primera fila. Pese a sus años, trataron de maltratarlo, golpearlo, humillarlo.
No se amedrentó, sino que expuso su vida, el gesto viril y de rebeldía suprema. Como si dijera: ustedes tienen el poder y las armas. Yo tengo mi pecho desnudo, mis manos, mi indignación.
Pero el pueblo, ese pueblo que se enfrentó con los remanentes del trujillismo y los ajustició en las calles, que hizo frente a golpistas e invasores foráneos y encaró el terror aportando mártires inolvidables, está junto a mí, está conmigo. Atrévanse. Será el último abuso y el final de su osadía y sudesvergüenza.
Ahora, cuando el destino implacable nos ha arrebatado a este ser humano ejemplar, con mayor énfasis reconocemos su labor de toda una vida. Sus dimensiones. Su infinita y desbordada alegría.
Su valentía. Su dedicación y entereza. No solo era un símbolo del paciente aunque acrisolado espíritu nacional, sino que personificaba las más vigorosas expresiones de nuestro carácter y sentimientos, nuestras risas, nuestra picardía, y ese espíritu nacido en medio de las tormentas del trópico, del fuego, del azul del cielo, del verdor de nuestros campos, de la sublime belleza de nuestros mares, de nuestros amaneceres y atardeceres, de las noches desbordadas de estrellas, de los aguaceros torrenciales y una naturaleza apacible a veces y otras tantas furiosa e indomable.
Puedes irte en paz, Johnny Ventura. Cumpliste con creces tu misión y eres un tremendo ejemplo a seguir. No vamos a olvidarte. Tu sonrisa, tu fortaleza, tu espíritu inmenso, tu alegría, son parte de todos y cada uno de nosotros. Seguiremos adelante.
Es mucho lo que aún nos queda por hacer. Tú eres uno de los ejemplos más firmes. Gracias por haber compartido con nosotros. Y por ser, al mismo tiempo, nosotros mismos en la eternidad.