“Amárrate a una escoba y alcanza al cielo”
Pablo Antúnez
Dicen los vecinos que anoche dos brujas perdieron el control de sus escobas, chocaron entre sí, impactaron en un árbol y cayeron desparramadas al suelo.
Dicen también, que hacía mucho, pero que mucho tiempo no las escuchaban, pero que ahora se han vuelto a poner de moda. Que muchos están bautizando a sus hijos porque no hay sosiego para ellos. Que las cruces en las ventanas y las puertas se han multiplicado para protegerse.
Que son como tres las brujas que vuelan en sus palos de techo en techo. Está la mayor, la que enseña. Y una nueva, la que está aprendiendo. Y que fue esta la que hizo un giro rápido y perdió el control en el aire. Cuentan que dijo algún hechizo al revés y por eso perdió el equilibrio. Que parece que luego no pudo coger bien la curva porque aún no sabía doblar mucho. Chocó con las otras dos y cayeron como melones en medio del patio.
Dicen que volaban buscando a una niña para dejarla como vegetal. Como a mí. Yo soy una de esas que las brujas querían robar para chuparle la vida.
Es verdad lo que cuento. A mí me cayó el mal del envidioso que envidia. Y por eso soy así: medio luna, medio sol.
La que me tenía que llevar también hizo un giro rápido y perdió el equilibrio (porque cuando las brujas aprenden a volar tienen que tener cuidado de no caerse). Había una enseñando a otra, una novata, y se cayó. Y desde el suelo, toda adolorida y mientras los vecinos se acercaban palos y piedras en mano, me echó el ojo encima, dañándome con su envidia. Dicen que es mamá, pero yo no lo creo.
Los vecinos indignados la golpearon para quitarle lo brujo, mientras mi abuela me escupía y me ensalmaba para quitarme el maleficio.
Le dieron sin piedad. Una mujer que pasaba por allí avisó a mi abuela que la iban a matar, me dejó y corrió, corrió a socorrerla. Dicen que la cubrió con su cuerpo, pero que al no soportar los golpes se apartó y que los vecinos continuaron pegándole y acusándola de ser la bruja que no dejaba a sus hijos dormir tranquilos y que había que matarla. Y eso que mi abuela se empeñaba en jurar que las brujas que cogen a un niño en brazos no lo dañaban. ¿Cómo puede echarle mal de ojo a su propia hija? Nadie la escuchó, nadie. Y yo ahí sin poder dejar de llorar, sin poder dejar de sentirme triste, con este cansancio, este sabor a nada en la boca, con esta pesadez, con este escalofrío y adormecimiento eterno.
No volví a ver a mi madre, tampoco volví a sentir ninguna bruja. ¿Quién se atrevía a volar luego en un palo de escoba en ese barrio? A mí me lo prohibió mi abuela, muchos años después, cuando me di cuenta que había heredado, como mi madre, los vuelos nocturnos de ellas.