En el borde del camino hay una silla

En el borde del camino hay una silla

En el borde del camino hay una silla

David Alvarez

Once lustros viviendo con materiales de 13 mil millones de años de antigüedad. Consciente de que me queda menos tiempo que lo vivido.

Agradecido de existir, pudiendo no haber existido, con millones de posibilidades más de lo segundo que de lo primero. Pero aquí estoy. Si lo único que he de recibir es lo vivido, agradecido estoy a Dios, pedir más sería soberbia frente a un Creador tan generoso. El resto a su Gracia lo dejo.

He caminado, no siempre derecho. Por tomar atajos me he perdido y siguiendo la ruta de otros he probado el hastío, aunque las rebeldes veredas propias no siempre fueron adornadas de sabiduría.

No nací con mapa (Thelma Vanahí diría: careces de GPS), ni pan bajo el brazo, por lo que he invertido gran parte de mis días en orientarme, sostenerme y sostener a los cercanos. Y en el tiempo que me ha quedado libre: algo he leído, un poco pensado y menos aún escrito.

Mas no he cedido al placer de sentarme. De padre heredo una brutal voluntad de trabajo y de madre el placer del estudio. De ambos: la integridad moral y la indiferencia ante el juicio de los otros cuando se sabe con certeza que se hace lo correcto. Ande yo caliente y ríase la gente. ¡Ay, Góngora!

Las sillas no me seducen y mantengo la caminata hasta que mis piernas me sostengan. Tiempo tendré para descansar como polvo de estrellas, mientras se enfría y oscurece el cosmos, en silencio, en paz.



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