Esta semana por motivos de trabajo me ha tocado investigar sobre la felicidad. Más bien, sobre cómo ser feliz. Y en todo el maremagnum de información que he leído me he dado cuenta de que nos transmiten tanto que debemos luchar por ser felices que al no ser capaces de lograr ese ideal, la mayor parte del tiempo estamos insatisfechos con nosotros mismos.
Y eso parte por la presión que nos ponemos para alcanzar esa idea de felicidad que tanto nos venden por todos los lados, pero en ese proceso somos incapaces de detenernos a hacer lo más importante: conocernos, preguntarnos en qué momento de nuestra vida estamos, qué queremos, qué nos preocupa y, sobre todo, qué es lo que realmente nos hace felices.
Ahora que un año acaba creo que es el momento ideal para hacer un alto, para darle atención a nuestro amor propio y ver en qué condiciones está. Si no logramos conocernos, entendernos, mimarnos y amarmos, cómo vamos a esperar ser felices. Y entonces es cuando nos ponemos esa máscara frente a los demás, por miedo a que piensen que no valemos, y no nos damos cuenta que es a nosotros mismos que nos estamos engañando.
Todo sería mucho más sencillo si fuéramos sinceros con nosotros mismos, más allá de expectativas ajenas. En todo este proceso me reafirmo en que la felicidad son momentos, no un estado continuo, pero esos momentos somos nosotros los que tenemos que identificarlos y no dejar que vengan impuestos.
Hasta la felicidad parece que viene empaquetada, y creo que es una de las cosas más íntimas que debemos descubrir y lograr. No sé, quizá es más fácil no pensar en eso porque nos cuesta aceptar que no sabemos cómo ser felices. Pero ahora es un buen momento para empezar.