Emil Cioran, por él mismo

Emil Cioran, por él mismo

Emil Cioran, por él mismo

José Mármol

Porque entendía que reñía con la vida, ante la cual jamás sintió apego, Emil Cioran no se consideró en modo alguno un filósofo.

Exaltó el suicidio todo cuanto pudo, reconociendo en él un acto de heroísmo. Adujo que el suicidio de los otros nos cura del nuestro. Murió a los 84 años, padeciendo Alzheimer.

Aun así, dentro y fuera de la academia, espacio que siempre rechazó, este pensador de origen rumano es considerado uno de los filósofos más agudos, profundos y a la vez claros del siglo XX, y su escritura fragmentaria o aforística, antípoda de cualquier forma de sistema, se tiene, con razón, como una de las más brillantes, en términos de estilo y en función del acierto en la economía de palabras, que conozca la ensayística de Occidente.

Disipó su vocación filosófica, de acuerdo con Nicolas Cavaillès, en una neblina cínica y escéptica, que le hizo concluir que la vida no era otra cosa que algo aborrecible, injustificable, tedioso, lleno de amargura, vicisitudes, fracasos y podredumbre.

Porque varios lectores de la pasada entrega quedaron con ganas de conocer más acerca de los aforismos y fragmentos de Cioran hasta hace poco inéditos, publicados por vez primera en español por Tusquets Editores (Barcelona, 2001), y por tratarse de unas 314 páginas originales, sin título, que deben datar de entre 1943 y 1945, reunidas como “Ventana a la nada”, reproduzco algo de la propia escritura del genial silogista de la desesperación, el escepticismo, el hastío y los espectros de la amargura; algo de quien estaba destinado a convertirse en héroe del desgarrador vacío interior humano.

La dicha lleva al aburrimiento; la desdicha, jamás. No hay ninguna saciedad en el dolor; el placer, en cambio, se vacía. El hombre no ha encontrado alimento que le sea favorable.
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Después del sol, la enfermedad es el mayor espectáculo que la naturaleza puede ofrecer al individuo.
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La mente no registra una acción que acaba bien. Lo que está bien, muere. La imposibilidad es la materia del arte.
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El mayor atrevimiento de un filósofo sería aspirar a pensar lo que Bach debió de pensar. ¿Conseguirá alguien algún día dar una forma y un sentido a las inconsciencias de lo sublime? ¿Hará la metafísica algún día que la música se sonroje?
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La tristeza afecta menos a la vida del alma que a la de las ideas. Transforma el sentido y la sucesión de estas, y resulta tan fatal para el destino de nuestra lógica como la demencia. Es el Diablo gimiendo en los huecos de las categorías, la abstracta e incurable enfermedad que humilla el orgullo de la Deducción. Al separar una idea de otra, la mente ya no encuentra sus elementos, ya no los tiene bajo control. La tristeza, entonces, vigila el universo.
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La imaginación ha engendrado a los ángeles; la realidad a los verdugos.
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Los grandes de este mundo conocen muy bien la imposibilidad de dirigir a las masas sin el falso alimento de las creencias. Su ocupación consiste en atiborrarlas de mistificaciones barnizadas de verdad. Una vez que han caído en la trampa, en lo sucesivo incapaces de dudar, aceptan las leyes, la opresión y la guerra. ¿La Historia? La excitación de las jaurías humanas por medio de ideales.
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En su lado negativo, la vida es una continua misa fúnebre, celebrada en memoria de la ilusión; en su lado positivo, es el acto de no morir.
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Cada hombre, en la medida en que es hombre, representa una existencia hecha jirones.
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El defecto del hombre es creer en el hombre.
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El dolor sustancializa radicalmente el tiempo.



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