Una de las conquistas más señera de la civilización humana es el tiranicidio. Es el supremo acto en búsqueda de la libertad de un pueblo. Hay tantos ejemplos en la historia reciente, pero es tan corta la memoria de los que detentan el poder en todas partes del mundo.
Tomás de Aquino afirmó que: “Aquel que mate un tirano en orden para liberar a su país, será alabado y recompensado”. Por supuesto este Doctor de la Iglesia establece criterios, pero una vez se descubre que no hay forma humana posible para que el dictador desista de matar y explotar a su pueblo, se impone su asesinato por un bien mayor y quienes lo ejecutan han de ser declarados héroes.
Francisco de Vitoria lo considera un legítimo acto de auto-defensa de una comunidad, ya que la vida y bienestar de los muchos está por encima de los apetitos autoritarios y criminales de uno, el tirano. A pesar de que San Pablo señala en su carta a Los Romanos que toda autoridad existente proviene por la voluntad de Dios, eso no demerita los argumentos de Aquino y Vitoria.
El parlamento inglés no cedió ante los argumentos religiosos o filosóficos en defensa del absolutismo y arrodilló frente a un tocón de un árbol y con un hacha le arrancó la cabeza al nefasto Carlos I el 30 de enero de 1649.
Los franceses fueron más civilizados y gracias a un invento llamado guillotina, mucho más civilizado que un hacha, separó la cabeza de Luis XVI del resto de su cuerpo. Fue un acto revolucionario que permitió el ascenso de la burguesía al poder en gran parte del mundo durante los siglos XIX y XX.
La revolución soviética hizo lo mismo con Nicolás II, pero esta vez fue acribillado a tiros junto a toda su familia, ya que los rusos tenían claro que si el mal no se arrancaba de raíz siempre aparecería algún descendiente reclamando el trono. Con lo que no contaban era que un Stalin sería tan criminal como el Zar, aunque -caso curioso en la historia- terminó siendo el gran aliado en la lucha contra el fascismo y líder de la guerra patria rusa contra las huestes alemanas.
Los mexicanos fusilaron ejemplarmente a Maximiliano en 1867 para que a nadie más se le ocurriera ser monarca en la patria de Juárez.
A Mussolini lo colgaron cabeza abajo en la Plaza Loreto y la multitud pudo libremente agredir el cadáver del brutal dictador italiano.
En la navidad de 1989 pagaron con sus vidas Nicolae Ceaușescu y su esposa, luego de años de una criminal dictadura en Rumania. Con Ulises Hereaux y Trujillo los dominicanos demostraron que también saben hacer pagar caro la tiranía y sus acciones criminales.
Este muestrario limitado debería servir de ayuda a la memoria de quienes pretenden eternizarse en el poder, sea del partido o facción que sea.
La República Dominicana enfrenta una grave crisis en su democracia, que se manifiesta en hechos como desconsiderar una magistrada honorable frente a los medios de comunicación o amenazar desde la poltrona del Senado a los jueces del Tribunal Superior Electoral. ¡Hasta algunos obispos comienzan a llamar la atención de las circunstancias tan peligrosas que afrontamos!
Como los referidos se consideran -de la boca para afuera- discípulos de Juan Bosch, los invito a leer su artículo del 1929 titulado Los dos caminos de la hora. Cito las dos oraciones de inicio de dicho texto: “Es innegable que en la Mansión Presidencial se está gestando una tiranía que amenaza al pueblo dominicano. Y esta tierra que tantos machos ha parido ve impasible la formación de una hidra de cabezas trágicas”.
Sería un hecho curioso que esta vez la dictadura en gestación sea enfrentada y combatida con las banderas de las ideas de Juan Bosch.
Como he afirmado otras veces, Juan Bosch, su ejemplo e ideas, es propiedad del pueblo dominicano y no de un partido político particular.