Un caso extraño parece surgir de lo más profundo de una realidad que se entremezcla con la ficción. La ocurrencia memorable acontece en la calmosa y solariega comunidad de Yomata. Concurren días calurosos y había amenazas de desbordamiento del río, cuando se produjo una cadena interminable de hechos, los cuales eran dignos de lamentos, porque involucra a Pomo, un fino ebanista que goza de gran estima en el lugar y que se convirtió desde entonces en el protagonista de acontecimientos funestos que causaron tristeza y dolor entre los parroquianos.
La fama de este cultor de la madera incluso era conocida hasta en las comunidades vecinas. Los moradores acudían a donde éste cuando querían adquirir para sus bodas muebles de calidad trabajados con exquisitas maderas de pino y caoba centenaria, especies de árboles maderables en vía de extinción en la zona.
A nadie se le ocurría tener en Yomata un noviazgo con fines matrimoniales sin antes ordenar donde el reputado ebanista la fabricación de sus muebles para su futuro hogar. La gente acuñó el lema de que Pomo servía “hasta para los remedios”, como se suele decir. Él, en su singularidad cotidiana, se aferró a su dicho de autodefensa: “Si Pomo no cuida a Pomo ¿quién cuida a Pomo?”, lo cual usa para justificar que él no estaba a expensa de otros, sino que se ocupaba de todo en su hogar, incluso la preparación de sus alimentos.
El carácter bondadoso y bonachón de Pomo lo hizo tan popular que la gente acudía a donde éste para que le diera consejos, especialmente cuando se trataba de cosas de mujeres y de las relaciones de parejas. Sin que fuera un sacerdote o un pastor evangélico, a él acudían personas para consultarles. Se llegó a rumorear en el pueblo que Pomo era un ser extraño, que había llegado de otro mundo y que por eso abrigaba una sabiduría natural y un prodigioso “don de gente” que le permitía ser una especie de guía espiritual.
Su sensibilidad para tratar con sus congéneres es proverbial. A su ebanistería llegaban todos los rumores y chismorreos que circulaban en el pueblo. A veces, incluso, si algún vecino carecía de dinero para dejar la comida en la casa acudía a donde éste, quien sin mucho rodeo, se desprendía de lo que tuviera para ayudarlo.
Se esparcen como cenizas en el viento
Si él era así ¿a quién se le iba a ocurrir nunca ligar a Pomo con acciones maliciosas, ni mucho menos? Dios guarde. Pero las cosas ocurren un día y se esparcen como cenizas en el viento.
De camino para la escuela, siendo un niño, tenía que pasar por el frente de la ebanistería de Pomo. Con ánimo de curiosidad infantil observaba cómo aquel hombre de buen tamaño, aspecto regordete, cara redonda y un delantal colgado en su pecho iniciaba, desde muy temprano de la mañana, su ardua labor en el tallado de madera para la fabricación de hermosas piezas del hogar que eran como obras de arte dignas de exhibir en un museo.
El tener un espíritu alegre y jocoso era otra de sus características. Y por eso también siempre estaba presente en competencias de cuentos orales que se organizaban con otros afamados cuentistas del lugar. En una ocasión Demetrio, Alejandro El Inglés y Pomo se enfrascaron en una competición en el velatorio de Librado para ver quién decía la mentira más grande e impresionante. El lugar estaba muy concurrido y la gente disfrutaba de los increíbles relatos de estos tres personajes.
La mentira más grande
En su intervención Alejandro El Inglés relató que mientras viajaba en un barco cuando iba para la guerra en África como militar del Real Ejército de Inglaterra, su pipa cayó al mar. Seis meses después cuando regresaba de aquel conflicto bélico volvió a pasar por el lugar y vio que del fondo del mar salía un espeso humo blanco. -“Esa es mi pipa que todavía está encendida”, expresó con regocijo Alejandro a sus compañeros de travesía.
La gente no aguantó y estalló en risa, exclamando: -“El diablo Alejandro, usted si es jabladó”. Pero éste no se inmutó y prosiguió su relato. –“Y eso no es nada, yo cogí mi motocicleta Harley Davidson, la prendí y me tiré al mar a toda velocidad hasta llegar al fondo donde estaba mi pipa, la tomé y miren como todavía la conservo”.
Las carcajadas resonaron y en eso Demetrio, tras enrostrarle a Alejandro El Inglés que era el más grande mentiroso del mundo, narró: –“Eso es chiquito comparado con lo que me pasó a mí”, dijo muy serio Demetrio, y prosiguió: “Yo sembré en mi conuco de la Loma del Curro una mata que produjo una auyama que era tan grande, pero tan grande, que una puerca parió en su interior cien cerditos”.
-“Pero Demetrio usted si es mentiroso”, vociferaban los contertulios. Pomo, que no quería perder la apuesta, narró que su tío Crescencio tenía una paila que era tan grande, pero tan grande que él la golpeaba en un aza y duraba tres meses para oírse en la otra.
Demetrio no se contuvo y le salió al frente a Pomo, a quien dijo que nadie le iba a creer tan tamaña mentira, y éste le ripostó:
-“Esa paila es pa´cociná la maldita auyama con los cien marranitos, Demetrio”.
Pomo regresó a su casa y al día siguiente, bien temprano, acudió a su ebanistería, encontrando allí una inesperada sorpresa. Vio en una esquina de su taller un saco repleto de dólares, una persona tirada boca abajo y a su lado unos paquetes que contenían sustancias extrañas. De repente sintió que alguien estaba a su espalda, pero cuando quiso mirar recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó sin conocimiento. Cuando despertó, ya estaba preso en el destacamento policial.
Cursos para políticos
La fama de mentirosos de Demetrio, Alejandro El Inglés y Pomo se propala a nivel nacional y muchos políticos acudían a la comunidad de Yomata a realizar con estos, cursos intensivos de Mentirología. Ellos, con el tiempo, terminaron quejándose, deplorando que algunos de los políticos aprendieron demasiado y que incluso los sobrepasan.
Pomo, tal vez por su forma diferente de ser y su acendrada sabiduría, era el más solicitado para realizar estos cursos dirigidos para políticos. Un día llegaron a su ebanistería dos extranjeros que tenían en su hablar claros acentos de cubanos. En principio dijeron estar interesados en comprar muebles, pero después cambiaron sus propuestas y expresaron que realmente estaban interesados en que éste se traslade a la capital a dar un entrenamiento intensivo a un candidato presidencial.
-“No, no, yo no voy para la capital, si él quiere (el candidato) que venga aquí. Yo nunca he ido a la capital”, le dijo Pomo ante la mirada incrédula de los dos extranjeros, quienes se enfadaron y salieron de la ebanistería lanzando improperios. –“Te va a pesar, te arrepentirás por haberte negado”, indicaron.
Un saco lleno de dinero
Pasaron los días y Pomo dijo sentirse incómodo, presentía que seres extraños los vigilaban. Hasta que ese fatídico día se encontró que estaba preso en el destacamento de la policía con la acusación de ultimar a un ciudadano desconocido, el cual fue encontrado en su taller, y por apropiarse de un saco lleno de dinero.
El jefe del destacamento, sargento Pedro Pérez Urrutia, trató de convencer a Pomo para que admitiera su culpabilidad en el caso, pero éste lo negó rotundamente. Decía desconsolado que detrás de todo había un plan para llevárselo para la capital.
Al fallar en decenas de intentos para lograr que Pomo se auto incrimine, el sargento Pérez Urrutia recurrió entonces a un vidente del lugar, Juancho El Cojo. Él siempre acudía a éste cuando se le dificulta aclarar algún crimen. Luego de realizar un ceremonial mágico-religioso en pleno cuartel, Juancho, a quien nunca le gustó que le llamaran brujo, concluyó que sus loases les habían dicho que Pomo no fue quien mató al desconocido. Manifestó que el muerto, el dinero y las sustancias extrañas habían sido llevados allí por dos personas extranjeras.
El sargento Pérez Urrutia entró en cólera y le dijo al brujo que era más “mentiroso” o igual que Pomo y lo echó del cuartel. Mientras caminó hacia la salida, el vidente expresó: “eppur si muove, eppur si muove”, con lo cual sustentó que aunque el sargento no lo creyera, habían sido los extranjeros-como según se los decían sus seres del más allá- los reales autores de la muerte del desconocido. El sargento se resistía por su propia conveniencia a creer esa versión e insistía que había sido Pomo.
-“¿Qué tú dices maldito brujo de mierda? ¿Qué es lo que tú estás diciendo brujo del carajo?”, enfatizó con enfado el sargento. El vidente, empero, siguió repitiendo: “eppur si muove, eppur si muove” (una frase del italiano Galileo Galilei que significa: “Y sin embargo se mueve”).
El sargento entonces llamó al raso Joselo para que le tradujera lo que quiso decir el vidente.
–“Joselo, escucha bien a este loco, oye bien a ver qué demonio está diciendo este maldito brujo. No entiendo nada de lo que dice ese azaroso”, deploró un colérico Pérez Urrutia.
-“Yo tampoco sé lo que dice, mi sargento”, contestó. -“Imagínese, si usted no sabe, que es su amigo de muchos años, que me deja a mí; jefe esos brujos hablan unas jerigonzas raras”.
Cuando los moradores de Yomata que se habían aglomerados en la parte frontal del destacamento y escucharon la expresión del vidente, comenzaron a demandar que liberen a Pomo. -¡Que lo suelten! ¡Que lo suelten!, gritaba la multitud, entre la que estaba Alejandro El Inglés, quien visiblemente molesto expresó:
-“Pomo podrá ser mentiroso igual que yo, pero tiene un alma de santo, ese no mata a nadie, ni a una moca”.
*El autor es periodista.