El verdadero y definitivo “ajuste de cuentas”

El verdadero y definitivo “ajuste de cuentas”

El verdadero y definitivo “ajuste de cuentas”

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Tengo en mis manos tres libros de mi autoría que las circunstancias me obligan a leer y releer cada cierto tiempo.

En orden de publicación, sus títulos son “Las calles enemigas”, “Bruma de gente inhóspita” y “Rastros de cenizas”. Son novelas que procuran revelar la ira o el encono del común de las personas ante la perversidad, la maldad y los abusos a los que son sometidas de forma cotidiana.

Desde que empecé a escribir, hace ya tantos años, sentía en mis adentros un profundo malestar cuando sabía o tenía noticias de que alguien, en ocasiones una persona indefensa o incapaz de defenderse, era objeto de un maltrato o de una terrible humillación.

No niego que sentía desarrollarse una rabia sorda que se apoderaba de mis adentros. He sido testigo de cómo los abusos y las perversidades les han envenado el alma a seres humanos valiosos arrastrándolos a la enfermedad, la derrota y la muerte.

El pueblo dominicano, expongamos como ejemplo, ha sido objeto de tantos maltratos indescriptibles y aunque se ha levantado una y otra vez en respuesta violenta ante tales conductas, no parece haber llegado la hora del verdadero ajuste de cuentas.

He manifestado, de manera insistente, tanto en mis columnas periodísticas como en mis libros, que solo cuando ese pueblo llano se transforme y opte por unirse de manera coherente y monolítica y haga pedazos los muros de contención de su rabia, contemple sus cicatrices y haga conciencia de su hambre y sed de justicia, su existencia recuperará su natural equilibrio.

Mientras, solo nos quedan la rabia, la ansiedad y la amargura. Hasta un día. En la página 50 de “Bruma de gente inhóspita” me refiero al papel encubridor de cierta prensa maleada por las circunstancias.

“Los endémicos males sociales”, leemos, “los que estaban vinculados con el destino de las personas y las instituciones fueron olvidados y sustituidos por el chisme, el entretenimiento, los imperativos del mercado y la politiquería más depravada”.

“Los afanes por la buena marcha de las cosas fueron lanzados a los tiburones y la información veraz suplantada por la propaganda, la superficialidad más onerosa, la ignorancia supina, la sociedad de consumo, la imparcialidad conveniente o definitivamente adulterada.

“Entonces, junto al decaimiento de las antiguas posturas, empezó el desfile tenebroso de los comunicadores potentados, defensores impávidos de las causas más deleznables, el uso atemorizante de un lenguaje soez y depravado capaz de asustar a cualquiera, la absoluta carencia de principios”.

En las reuniones “políticas” el tema fundamental eran los negocios “siempre entrelazados con cuestiones de índole personal. Posiciones, empleos, conveniencias, dinero.

Nunca escuché a nadie hablar de los proyectos encaminados a resolver los verdaderos problemas del país y de las personas. La referencia a tales asuntos figuraba en los discursos, las entrevistas, en todo lo que tuviera que ver con la denominada “opinión pública”. Pero ahí se quedaba”.

Mientras “los de arriba” hablaban de los grandes montos a percibir, los que aguardaban afuera contaban otra historia. “Unos últimos hablaban de problemas personales: Me dieron dos mil pesos», escuché decir a alguien «y mañana me darán la otra parte. ¿Crees que nos darán algo más?» Este o aquel hacían el gesto de “yo no sé” o “no me importa” con los hombros.

“Uno expresaba que su esperanza era que le dieran algo qué hacer, “engancharse” o que le pasaran una asignación mes por mes, “con o sin servicio prestado” para “sostener mi familia”.

“Tengo tres muchachos pequeños” se quejaba, “y mi mujer está embarazada” Otro formulaba su deseo de que lo contrataran en Aduanas porque “ahí si hay”. Unos últimos se referían al tema de las elecciones, de lo tramposos que eran “los enemigos”. Y ellos mismos, ¿qué?…

“En tanto me desplazaba entre los grupos sentía el creciente olor a multitud. A sudor y suciedad. A desesperación e inquietud. El calor, pese a la hora, era intenso.

Y, aunque nos hallábamos a escasas millas de la ciudad donde las noches suelen ser claras, ninguna estrella asomaba en lo alto. Quizás iba a llover, como había ocurrido en los últimos días. Eso complicaría las cosas”.

“Un alud de sentimientos oscuros, de malquerencias, de animosidades acumuladas me alcanzó como una ventolera impidiéndome la respiración. Temía que me diera un colapso”. El futuro se vislumbra muy oscuro y desolador:

“Hago constar que, tras los hechos aquí relatados, hemos arribado a unos tiempos que muchos no superarán. Quisiera poseer la capacidad para detallar cuanto ocurre. Comenzaré diciendo que las llamadas instituciones que, en realidad eran un simulacro, tal y como las conocíamos, han dejado de existir. Ya no disfrutamos de la ficción de ser los dueños de nuestro destino.

Los emblemas nacionales, bandera, escudo, himno, pertenecen a un pasado que uno percibe como remoto. Leyes draconianas nos rigen y la más leve ofensa es penalizada con la muerte. Los tribunales de justicia dejaron de operar.



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