El valor de la cultura en el posmodernismo

El valor de la cultura en el posmodernismo

El valor de la cultura en el posmodernismo

Alex Ferreras

(A mi gran amigo y Maestro Giovanni Di Pietro)

El tema de la cultura es el último bastión que queda contra la ola de mediocridad y estupidez con la cual el posmodernismo ha atropellado al mundo entero. El más grande de nuestros pensadores Pedro Henríquez Ureña afirmó una vez que solo ella salva a los pueblos, lo único que puede redimirlos.

En un programa de televisión italiano hace poco se hablaba acerca de lo que les ha pasado a los intelectuales en el mundo. Hay que ver para creerlo: a un genio que participaba en él se le ocurrió sentenciar que ya no se necesitaban poetas, escritores, novelistas, pensadores; que lo que hacía falta en las sociedades de hoy eran mánagers. Que la cultura había que venderla de la misma forma como se vende un vino o un embutido por televisión.

Se trata, pues, de la misma mentalidad que hace que en el pasado un magnate estadounidense tratara de comprar el Coliseo para administrarlo como se hace con un negocio de McDonalds.

En efecto, el individuo sugería que tan brillante idea era exactamente lo que había que hacer en el caso de ¡la legendaria Pompeya!

Y es lo mismo que ocurre en la Italia de hoy, donde cada piedra guarda una vibrante historia y donde empezó el Renacimiento.

En el programa se hablaba por igual sobre el hecho de que no había nada malo en que el intelectual ya no cuestionara el sistema; que eso era lo más normal del mundo. Para el energúmeno, había que imitar entonces a los Steve Jobs y a los Bill Gates, esas grandes luminarias del mundo actual.

Cuando el filósofo Gianni Vattimo, que también participaba en el programa, trató de recordarles a los invitados que la función del intelectual es la de criticar el sistema y oponerse a él, pues es lo que siempre lo identifica como tal, otro genio le echó en cara que había visitado a Chávez, el dictador de Venezuela, y que no lo había criticado en su programa “¡Aló, Presidente!”.

El pensador italiano contestó que no había nada que criticar, porque en Venezuela, Chávez era la única opción que quedaba contra el neoliberalismo. Y agregó que irónicamente ahora él quería ser comunista, justamente porque el comunismo había desaparecido, con lo cual daba a entender la idea de lo que había sido el intelectual militante de las izquierdas que antes cuestionaba el sistema, pero que ahora se identifica totalmente con él y que nunca lo cuestiona, extraño maridaje, este, que agitaría el polvo y las cenizas de los viejos Marx y Lenin.

Hasta ese extremo de irrespeto a la cultura y a la figura del intelectual se ha llegado en estos tiempos. Hoy en día este no siente ninguna vergüenza por defender el sistema, y llega al colmo de enorgullecerse de ello a través de los medios de comunicación de masas.

En el caso específico de la República Dominicana, en muchos casos, su imagen de autoridad moral se ha degradado: ha devenido sin ningún disimulo en apologista de políticos, empresarios y jerarcas religiosos; cuando no, en simple meretriz y mercenario de la palabra por haber perdido lo suyo; en ideólogo y descarado agente de oenegés abiertamente antinacionales; en amanuense como forma extrema de sobrevivir; en fin, rinde culto a su eterno rol de mero “secretario de los generales [analfabetas] y macheteros” de nuevo estampa. Peor aún: en una palabra, ¡oh, Gramsci!, de orgánico, sí que se ha domesticado.

Por supuesto, con sus honrosas excepciones.



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