El último Haití

El último Haití

El último Haití

Haití viene tras nosotros, ha consumido su riqueza y se han acabado las fuentes de sus recursos como sociedad, y el drama de la frontera reaparece con el nombre de inmigración haitiana.

Pues no hay otro nombre. El destino de la isla nos marcó para siempre. El mar, de un lado; y en el opuesto, sólo está la frontera: soledad, estampa de sequedad, miseria, y estampa haitiana. 

Así que los problemas que vienen aparejados a la postrera condena a la República Dominicana por la CIDH, el Plan de Regulación para inmigrantes extranjeros, o aun, antes de todo eso, el terrible drama de la inmigración haitiana en la frontera de los últimos tiempos, traduce el total atraso de ambos pueblos.

Nunca en la historia dominico-haitiana ha habido tanta turbación jurídica ni por la culpa de los vecinos del oeste hemos librado una batalla legal como ahora, no mayor que las guerras y devastaciones de los gobiernos coloniales. Si ahora se ha llegado a la fórmula de la sentencia 168-13 es porque Haití evoluciona en su historia de penetración hacia nuestro país, dejando en su tierra los núcleos estables.

Pero resulta que espiritualmente Haití está muerto. Espiritualmente no es una república. Al tratar de estudiar la delincuencia haitiana, todos reconocen que sus ciudadanos no roban, en el sentido común del término, buscan desesperadamente sobrevivir. Hay, pues, dos hombres que están en la frontera frente a la misma causa común: la comida.

Uno insiste en violar la frontera por todas las vías, por la razón económica, por la razón del hambre; el otro, lo impide, porque, su destino ha marcado por ellos mismos la dura ruta del hambre, que es en lo que se ha convertido la frontera.

No hace falta explicar las etapas de la penetración haitiana por la frontera; aunque sí, nombrarlas. Los expertos dominicanos refieren tres términos para este azar histórico: el animal, la tierra y el hombre.

Estas tres amarras del destino nacional nos dicen que, en principio, fue la penetración del antiguo bucanero (la conquista de la carne); la penetración de tipo militar, que tuvo lugar durante la invasión de Haití, en el periodo de la independencia nacional. Y finalmente, la tercera forma de penetración, la inmigración hacia nuestro territorio, el corte de la caña.

La violación de la frontera ha discurrido en tremebundos incidentes, siempre de tipo económico. Pero esta vez el panorama no es distinto; lo que está en juego es la necesidad de Haití, esa “llamarada que consume la riqueza el oeste”.

Por todo lo anterior, debemos hacer un alto ante la nueva realidad a la que nos obliga la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Primero, acatar la sentencia, al menos otorgando la nacionalidad a los que en ella se indican como nacionales dominicanos; segundo, inmediatamente acudir a defender la frontera, pero esta vez con una nueva metodología.

Levantar una completa y alargada zona franca para que no se siga destruyendo ni usurpando nuestra nacionalidad. Pues si la inmigración fronteriza es por razones económicas, esa podría ser la única fórmula razonable, para nuestras debilísimas economías.



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