LAS VEGAS. – Las víctimas no dejaban de llegar. En autos privados, en ambulancias que esperaban en cuarta o quinta fila, entrando por su propio pie o al borde de la muerte, llegaron por centenares.
«No tengo ni idea de a quién he operado», dijo el doctor Jay Coates, cirujano de traumatología en un hospital que recibió a muchos de los heridos después de que un hombre disparase desde la ventana de un hotel en Las Vegas a la gente que estaba abajo en un concierto.
«Llegaban tan deprisa que nos ocupábamos de los cuerpos. Solo intentábamos evitar que la gente muriera».
Conforme la noche del domingo daba paso a la madrugada del lunes, el ataque se convirtió en el tiroteo masivo más mortal en la historia moderna de Estados Unidos, con 59 muertos y 527 heridos.
El University Medical Center of Southern Nevada era uno de los muchos hospitales que se vieron desbordados. «Todas las camas estaban llenas», dijo Coates.
«Teníamos gente en los pasillos, gente fuera y más gente que llegaba». Las enormes y espantosas heridas que vio en su mesa de operaciones, señaló, mostraban que no era sólo la enorme cifras de víctimas lo que hacía diferente a este ataque. «Estaba muy claro con el primer paciente que vi y operé que esto era un arma de gran potencia», dijo Coates.
«Esto no era un arma normal de la calle. Era algo que hizo mucho daño al penetrar en el cuerpo». El cirujano dijo que había visto heridas similares en el pasado, pero «por supuesto, nunca tantos pacientes».
El agresor, Stephen Paddock, un contable retirado de 64 años, se suicidó cuando las autoridades entraban en su habitación del hotel. Tenía 23 armas —algunas con miras— en su cuarto del Mandalay Bay Hotel and Casino, donde se alojaba desde el jueves.
Rompió dos ventanas para crear posiciones de francotirador desde las que descargó un aluvión de balas sobre las 22.000 personas que asistían al concierto a unas 500 yardas de distancia, según las autoridades.
Dos de las armas se habían modificado para hacerlas totalmente automáticas, según dos funcionarios estadounidenses familiarizados con la investigaciones, que hablaron bajo condición de anonimato porque la pesquisa seguía en marcha.
Las autoridades encontraron en casa de Paddock otras 19 armas, explosivos y miles de cartuchos. En su auto también había varias libras (kilos) de nitrato de amonio, un fertilizante que puede utilizarse para fabricar explosivos. Se cree que Paddock actuó solo.
Aunque no parecía tener historial delictivo, su padre fue un atracador de bancos que estuvo en la lista de los más buscados del FBI en la década de 1960. «No podemos preocuparnos por las víctimas», dijo un agente a las 22:15. «Necesitamos detener al agresor antes de que haya más víctimas. Todos los ojos sobre él.
Detengan al tirador». La multitud, expuesta en un espacio abierto y abarrotado, tenía pocos lugares donde cubrirse y ninguna salida fácil.
Las víctimas caían mientras otros huían en pánico. Algunos se escondieron tras puestos de comida o se arrastraron bajo autos estacionados. La confusión y la conmoción marcaba los rostros de los asistentes, y la gente lloraba y gritaba. Algunos heridos fueron alcanzados por metralla.
Otros fueron pisoteados o se lesionaron al saltar cercas. «Era un caos… gente corriendo por su vida. Gente que intentaba echarse al suelo. Intentando llegar a sus seres queridos que habían sido alcanzados», dijo Shaun Topper.
«Era solo, ya sabe. Era un caos». Pronto surgieron historias de heroísmo y compasión: un hombre estrechó la mano de un extraño para consolarlo mientras moría, incapaz de apartarse a pesar del peligro.
Otro tomó prestada una camisa franela de un desconocido para hacer un torniquete a una chica a la que no conocía. Las parejas corrieron cogidas de las manos.
Los sanos llevaban a los que sangraban. Extraños llevaron a las víctimas a los hospitales en sus coches. Más de doce horas después de la masacre aún se estaban retirando cadáveres cubiertos por sábanas blancas de la zona del festival, y la escena estaba cubierta de bolsas y pertenencias olvidadas por los que huyeron.
Coates, el cirujano de traumatología, dijo que no se habían perdido vidas debido a la falta de preparación, aunque quizá hubieran podido salvar más con un número menor de víctimas.
«Le diré que todo el mundo que debía vivir, vivió», dijo Coates. «Los que perdimos, creo que si hubieran sido los únicos pacientes que entraron por la puerta hubiéramos podido salvarlos».