El tiempo, la muerte y los hombres

El tiempo, la muerte y los hombres

El tiempo, la muerte y los hombres

El hombre es imperfecto porque es mortal. Solo los dioses son perfectos porque son inmortales. Por lo tanto, los hombres somos seres relativos y los dioses, seres absolutos.

Somos mortales porque estamos determinados por el tiempo, y sin embargo, el tiempo es relativo porque se mueve y gira, aunque la muerte es absoluta, pues es inexplicable por la razón humana, como la locura y el amor.

La relatividad del tiempo es la expresión de que su sentido reside en el instante, y el instante trasciende lo real: es móvil. En ese sentido, la relatividad del tiempo es absoluta.

Su estado presente es un fluir constante que hace posible y real la existencia del mundo: le inyecta aire a la vida.

El tiempo crea la vida y también la destruye: disipa el pasado e impulsa el presente hacia un futuro perpetuo. Si el pasado es eterno y el presente es instantáneo, el futuro es perpetuo: siempre está esperándonos. No fluye, como el presente, pero es espacio de silencio.

El pasado habla porque es historia y memoria, pero el futuro es mudo: no habla porque no existe ni ha sido aún. El pasado es pues memoria en el tiempo, en tanto que el futuro es un silencio infinito.

Contrario al presente, que no es ni silencio ni discurso, pues solo sirve como puente para escribir la historia del pasado; tampoco sirve para adivinar el futuro, sino apenas para definir sus paradojas.

Así pues, el pasado nos enseña, el futuro nos angustia y el presente nos asombra. El hombre realmente no conoce el presente, y porque no lo conoce, crea cultura, es decir, funda un espacio artificial para cultivar lo que crea y produce.

El hombre inventó el amor y la cultura para completarse, para sentirse y saberse un ser en el presente. Busca pareja porque es un ser insuficiente, incompleto e imperfecto, y nace condenado a un sexo, más que a un ethos, una lengua y una cultura, pues puede emigrar, aprender otra lengua y asimilar otra cultura, pero no a elegir un sexo, de modo natural.

La naturaleza con que nacemos se complementa en sociedad, y de ahí que somos seres sociales y naturales que elegimos vivir en la ciudad o el campo. Nos enamoramos de una mujer porque encarna la naturaleza, como la mujer del hombre.

El erotismo es una tentativa por disolver el tiempo de la muerte y desacralizar los cuerpos en el placer. En el instante del clímax, el tiempo se detiene y congela: pone en vilo la posibilidad de la muerte (petite morte, o pequeña epilepsia, como decían los antiguos).

Copulamos porque tenemos sed de erotismo, y saciamos nuestro impulso libidinal porque la mujer es agua. Y porque, al enamorarnos, buscamos la compañía para disipar la soledad, que es lo que más se asemeja a la muerte, pues morimos solos, al igual que nacemos.

De ahí que nos enamoramos por temor a la muerte. La búsqueda del erotismo es una forma de ayudarnos con la naturaleza, pues ésta es una totalidad que nos provee los ríos y los mares, las nubes y los árboles, y nosotros le proveemos de carreteras y puentes, casas y aviones, barcos y tecnologías.

Cualquiera que sea la forma del presente, el pasado y el futuro es expresión de la temporalidad -de un presente instantáneo y vertical a un futuro horizontal.

Hay un tiempo físico que se mide en segundos, minutos y horas (el tiempo psicológico y mental), y que es el tiempo de los hombres; hay otro, horizontal (el tiempo real y material de la naturaleza), y hay otro, vertical, que no es circular ni lineal, y que es el tiempo de nuestra conciencia, ese que permite nuestro autoconocimiento.



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