Como las hordas de Atila, arrasándolo todo a su paso, los “wawawá” bajaron en trulla. Vinieron desde la orilla hasta el centro mismo de la emblemática zona, y allí crearon tremendo jolgorio.
De repente, los indeseables (no todos eran) habían tomado por asalto uno de los escaparates predilectos de los popis, los intelectuales, la clase media (algunos verdaderos media clase), la gente bien que gusta de ese ambiente apacible, único y acogedor: la Zona Colonial.
Desde luego, su presencia fue motivo de alarma y disgusto para quienes ven a estos “plebeyos” como unos intrusos que han ido allí a vandalizar “su” zona.
De inmediato saltaron voces advirtiendo el fracaso de la Policía y especialmente de la Policía Turística, pues se trata de un lugar turístico, impropio para tígueres de barrio, mucho menos para un teteo como el que se armó, donde hubo de todo, menos cordura.
Pues no. No falló la Policía. Ha fallado un sistema, un modelo de sociedad que genera mucha riqueza, sí, pero que la distribuye de forma muy desigual. Ha fallado un modelo que va dejando en la orilla, cual escoria, un segmento importante de la población, especialmente a jóvenes, quienes se sienten excluidos del progreso que tanto pregonan los políticos cuando están arriba, pero que casi nunca llega allá abajo, adonde ellos.
Un modelo que les niega oportunidades a los “ningunos”, pero que les exige mucho más de lo que pueden, les impone un estilo de vida consumista, sin principios, donde importa más la apariencia que la esencia.
Donde el pensamiento crítico brilla por su ausencia, y donde un energúmeno tiene más seguidores e influencia en las redes sociales que un joven graduado de medicina con honores.
Mientras más depravado, más seguidores conquista como influencer. Basta conque tenga “pila” de cuartos (no importa su procedencia) y una potente plataforma para hacer viral en las redes cualquier disparate.
Esas lacras son las que están influenciando a una masa de jóvenes que por décadas han sido ninguneados por quienes tienen la sartén por el mango (y los mangos también).
Les han hecho sentir y creer que su vida no vale nada. Por eso no les importa perderla en una noche, en cualquier teteo. El teteo es una realidad cotidiana en casi todos los barrios de la capital, Santiago y otras ciudades.
Quienes hoy reaccionan escandalizados por lo sucedido el fin de semana en la Zona Colonial deberían ir de vez en cuando por los barrios y conocer lo que pasa allí. Donde una multitud de muchachos se adueña de cualquier esquina y arma una “fiesta” durante todo el día y hasta la madrugada, sin que las autoridades intervengan.
Música a alto volumen, consumo de drogas, hookha, alcohol, malas palabras, Sodoma y Gomorra, se orinan y defecan frente a la casa de los vecinos que, impotentes, tienen que soportar o mudarse, pues nada pueden hacer frente a una multitud de alegres descerebrados.
La novedad que veo entre los teteos habituales y lo ocurrido en la Zona Colonial es el lugar, por demás, esta acción propia de caninos sin dueños es el pan nuestro de cada día en muchos barrios.
Lo bueno de que las “hordas de Atila” se hayan adueñado de la Zona Colonial por una noche es que nos invita a reflexionar sobre la necesidad de invertir mejor en una educación de calidad y cambiar el tipo de sociedad que tenemos, antes de que sea más tarde.