El Teatro Nacional

Tuve la suerte de asistir a todos los espectáculos de la temporada inaugural del Teatro Nacional en el año 1973.

Esto se debió a que un buen amigo,  a quien le habían concedido un par de entradas de platea para el evento, me las traspasó con un jocoso argumento.

Dijo, esbozando una sonrisa burlona, que no quería pasar vergüenza durmiendo durante el transcurso de un concierto sinfónico.
Debido a que la temporada contenía un gran número de espectáculos musicales, muchos cultores del humor le aplicaron a la bella edificación el sobrenombre de “melódromo”.

Lo atribuían a la circunstancia de que sus primeros directores eran dos eminentes músicos dominicanos, Aída Bonelly de Díaz, y Carlos Piantini.

Mi esposa Ivelisse y yo nos dimos banquete auditivo con las funciones, hasta el grado de que nuestros corazones tuvieron frecuentes aceleraciones emotivas.

Por la dirección del teatro han pasado varios músicos de renombre, quienes sin embargo han propiciado espectáculos de las otras artes con acertado criterio selectivo.

La añoranza me invadió cuando asistí el día 26 del pasado mes al concierto de la Orquesta Sinfónica, durante el cual fueron merecidamente reconocidos sus exdirectores Julio de Windt Pichardo, y Jacinto Gimbernard.

Conozco la amplia y versátil cultura de ambos, que se  manifiesta en su conversación  y en sus enjundiosos escritos  sobre temas de literatura, artes plásticas, o cualquiera otra manifestación artística.

No me extenderé sobre lo sucedido durante el concierto, porque ya lo hizo con su sensibilidad, talento y destreza habituales  la crítica de arte Carmen Heredia de Guerrero.

Solo me resta pedirle a mi amigo Niní Cáffaro, director del Teatro Nacional, que si durante el ejercicio de su función, por su condición de cantante destacado le invade algún acceso de “melodromitis”, que por favor no lo reprima.