El sonido y la furia

El sonido y la furia

El sonido y la furia

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

El debate en el país es una tarea difícil. Por muchos motivos, no todos buenos, los dominicanos gustamos del espectáculo.

Esto ha convencido a algunos de que el debate público debe seguir esta lógica y, cuando participan en él, se empeñan en llamar la atención con diatribas que dicen mucho de otras cosas, pero nada sobre los puntos relevantes para la discusión.

No pienso igual que ellos. Hace años leí a Carlos Santiago Nino, uno de los ideólogos de la democracia deliberativa, quien defendía el valor epistémico del debate público.

Para Nino su importancia radica en que es mejor que la reflexión individual para construir conocimiento y moral pública en una sociedad. Estoy convencido de que lleva razón, y de que los participantes debemos poner de nuestra parte para que el debate cumpla ese cometido.

Lamentablemente, repito, no es ese el objetivo de algunos participantes en la discusión pública. De hecho, procuran lo contrario.

Con ataques personales que sirven de cortina de humo, intentan evitar que el resultado sea la formación de opinión pública basada en argumentos.

No buscan convencer, sino evitar la reflexión. Y, con eso, creen que ganan.
Los dominicanos debemos reconocer que durante mucho tiempo esta fue una práctica exitosa. Aún hoy hay temas en los que el debate de ideas es casi imposible.

Pero también que hoy es menos efectiva que en el pasado. La era del Foro Público y sus descendientes parece llegar a su fin.

Las descalificaciones han perdido eficacia porque los dominicanos podemos acceder con facilidad a debates en otros países en los que la dinámica es distinta.

Eso, como bien explicaba Nino, ayuda a que las personas aprendan a distinguir entre quien expresa ideas -aunque sean contrarias- y quienes sólo buscan el sonido y la furia.
Se esmeran mucho, hay que decirlo, y su creciente esterilidad les hace redoblar los tambores.

Mas, los dominicanos saben ya distinguir un argumento de un ataque personal. Escuchan y dejan que ambos se desarrollen, pero como el labrador sabio, lo hacen porque facilita separar el trigo de la cizaña.



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