El periodismo queda mal parado cuando -en una señal de impotencia- condiciona la entrega de su narrativa sobre el manejo de la cosa pública al “declaracionismo” de funcionarios o a la ruptura voluntaria de lo que considera, en forma quejumbrosa, el silencio del presidente.
Muestra debilidad al sentirse frustrado por aquello que denomina como una avalancha propagandística o un diluvio de notas de prensa procedentes de despachos oficiales intentando establecer argumentos sin contrastes.
Reclamar transparencia, rendición de cuentas y abrirse a preguntas sobre la gestión pública tiene una validez incuestionable y en esa tarea el periodismo merece apoyo y acompañamiento en firme de la sociedad sensata.
Sin embargo, la cerrazón y las mañas gubernamentales estructuradas por algunos entes opacos para fijar verdades únicas, más que obstáculos deberían constituir un desafío para el buen periodismo, el reto es romperlas, hacerlas añicos a través de la fuerza argumental.
Esto requiere enfoque, voluntad, disposición, despojarse de la autocensura, dar la milla extra, mostrar hambre por el abordaje completo, hurgar, observar, cuestionar y asumir el comunicado gubernamental como punto de partida para ir al fondo y no como pieza a ser reproducida sin transformación.
Obviamente, esto es imposible de lograr desde la haraganería intelectual o con un periodismo de gabinete que renuncia a su presencia en el terreno para hacer la lectura de las cosas, de los hechos, cubriendo la fuente con intención, exprimiéndola al máximo para que la noticia –que está en todas partes- sea descubierta y emane sin importar la espesura del silencio de los incumbentes.
El gobierno hace su trabajo en comunicación –y es indubablemente válido- modelando la percepción de sus decisiones y hasta apelando al “silencio estratégico” si lo considera necesario.
El periodismo tiene que asumir también su tarea con táctica, planeación, determinación y vocación de hormiga.
Los funcionarios, incluyendo al presidente, no son inmóviles, actúan, toman decisiones a diario, dejan rastros documentales. Hablen o no, respondan preguntas o no, sus hechos los juzgan.
Quizás el gran déficit está en el periodismo, que requiere una legión de narradores con alta capacidad de observación, sin perder de vista las imperfecciones democráticas e institucionales que tenemos.