El siglo del filósofo Edgar Morin

El siglo del filósofo Edgar Morin

El siglo del filósofo Edgar Morin

José Mármol

Llegar a la edad de cien años, con facultades físicas y mentales que permitan escribir un nuevo libro, luego de haber publicado más de sesenta, es un privilegio y una muestra evidente de disciplina y de optimismo. Apostar firmemente a que desde el quehacer filosófico y científico se labra el terreno de los intereses fácticos y se abona la dimensión humana para la construcción de un mundo mejor.

Su madre quiso abortar. Pero su temprana actitud férrea le ayudó a superar en el vientre el tóxico de los abortivos. Murió cuando el niño cumplía diez años.

Nació, hijo único, en Francia, en 1921, en el seno de una familia judía, con ascendencia italiana, en cuyo seno las lenguas básicas eran el francés y el “djidio” o judeoespañol. En exploración identitaria, a la pregunta ¿quién soy? responde sin remilgos: “soy un ser humano”.

Su identidad, como su pensamiento, son definitivamente complejos. Afirma ser francés, de origen sefardí, parcialmente italiano y español, ampliamente mediterráneo, culturalmente europeo, ciudadano del mundo e hijo de la Tierra-Patria y sujeto de lo que denomina comunidad de destino.

En calidad de miembro de la resistencia contra la ocupación nazi de Francia, y otras partes de Europa, se identificó como Gaston Poncet. Se llamó Morin, para sus camaradas y cuando escribía a sus padres adoptaba el apellido Nahoum, proveniente de la línea paterna, mientras que los apellidos Beressi y Mosseri remontaban hacia el linaje materno. Para el mundo es Edgar Morin.

Ha tenido cuatro matrimonios y dos hijas. Vive, como expresión de riqueza cultural y humana, y no como una anomalía, lo que llama su “poliidentidad”. Asume como una cuestión de higiene mental, que mejora la humanidad, y como conciencia de la unidad/multiplicidad que nos integra, el rechazo de una identidad monolítica o reductora. “Soy un todo para mí, siendo a la vez casi nada para el todo” sustenta en su nuevo libro “Lecciones de un siglo de vida” (Paidós, Barcelona, 2022, p.22).

El volumen es una suerte de íntima bitácora vital. Kant le trazó la vía en tres preguntas, para descubrir los intríngulis del ser humano y del mundo.

Siendo muy joven se preguntó, todavía hoy lo hace, ¿qué puedo conocer?, ¿qué puedo hacer?, ¿qué me está permitido esperar? En su noción de humanismo regenerado están contenidas ideas de Montaigne resumidas en dos de sus frases: “Reconozco en todo hombre a mi compatriota” y “Cada uno llama barbarie a lo que no corresponde a sus costumbres” (p.91).

Vivimos tiempos en los que nos mecemos entre la probabilidad de que ocurra lo peor, aunque lo peor no sea seguro, y de que lo improbable se convierta en posibilidad; como también podría hacerse factible lo imprevisible.

De ahí que afirme que apostar por el humanismo, ser humanista hoy implique albergar el sentimiento profundo de lo efímero del ser y de la vida, pero también de la relevancia de la aventura de vivir, que ha dado lugar a la aventura humana y esta a la deriva en una crisis en que se juega el destino de la especie, por la tozudez de algunas de sus invenciones, por los tormentos y desastres que hemos sido capaces de traer al mundo.

Adoptó la ciencia desde una postura multidisciplinar. Renegó temprano de la paranoia comunista. Considera que el dogmatismo es una enfermedad esclerosante de la razón, porque cancela toda posible refutabilidad.

“Vivir -dice- es navegar en un océano de incertidumbres abasteciéndose en islas de certeza” (p.111). Porque la esencia del humano consiste en ser, no bueno o malo, sino complejo y versátil. Cuestionar es, para Morin, el principio del conocimiento y de la libertad.