El frenazo económico y social impuesto a la nación dominicana va camino de diez meses en medio de un inesperado recrudecimiento de las restricciones a la movilidad y la socialización de la vida cotidiana, un aspecto —este último— al que le damos una importancia que a veces parece de vida o muerte.
A mediados de marzo, cuando fue puesto en práctica por el gobierno encabezado entonces por Danilo Medina, la mayoría de la población se acogió temerosa y expectante. Hoy, al cerrar el año, todavía estamos en las mismas y sin la posibilidad de llevarle de nuevo a la gente el temor que al principio la hizo acogerse a una paralización que nunca ha comprendido cabalmente.
Hasta hoy hemos sido gobernados con circo, garrote, dádivas y espectáculo. Pedirnos que seamos razonables o reflexivos es, tal vez, demasiado para nosotros.
En esa dirección, en la de pedirnos reflexión, parece que se mueve un escrito breve de Pavel Isa Contreras, que lo puso en Twitter unas horas después de publicado el decreto 740-20 con el endurecimiento de las restricciones sobre la libertad de reunión y de tránsito que al principio fueron acogidos con cierta renuencia.
Dice el tuit de Isa Contreras: “La autorregulación y la prevención personal continua pudo haber reemplazado la restricción estatal a la movilidad y la reunión. Aquí y en el resto del mundo. El costo económico pudo haber sido muchísimo menor. Pero así no es que hemos estado funcionando, hasta el momento”.
Es un economista y, como consecuencia, tiende a ver el mundo sobre la base de resultados materiales. Un enfoque menos lógico y más social lo hubiera llevado a un ligero cambio de las premisas utilizadas para llegar a sus conclusiones. Por ejemplo, la realidad del mundo era hasta los primeros dos meses del año 20, la movilidad total.
La libertad de movimiento era un bien común, la posibilidad de hacerlo más allá de las fronteras del propio país solía ser incentivada y el deseo de los países de atraerse a los turistas competía con cualquier argumento racional.
De pronto la población mundial empezó a ser desmovilizada. Y a la desmovilización siguió una cuarentena que algunos optimistas con liderazgos de alcance mundial fijaban en unos tres meses.
Se creía, entonces, que el coronavirus responsable de la pandemia no podía vivir en las temperaturas propias de la primavera y menos aun en las veraniegas.
No ha sido así.
Los dominicanos, como muchos otros pueblos del mundo, acogieron las restricciones impuestas desde el gobierno, léase bien, impuestas desde el gobierno, durante un tiempo razonable.
Traspasado el nivel de razonabilidad de que es capaz una población con un largo historial de rebeldía, parece que será necesario imponerle el comportamiento que de ella se espera. Pero no está claro que ningún gobierno de este tiempo cuente con legitimidad suficiente para imponer una conducta.
El precio puede llegar ser muy alto, no sólo para la economía, sino para la gobernabilidad y la democracia.