Contra todos los pronósticos iniciales, y pese a que ya se anuncian vacunas para la primera mitad del año próximo, la pandemia todavía está con nosotros y, aparentemente, más fuerte que nunca.
Los meses de marzo y abril fueron de gran incertidumbre; no estaba claro aún el alcance ni el impacto que tendría, aunque todo auguraba lo peor. Luego vino el verano, con la ilusión de haberla superado y la esperanza de que pronto volveríamos a la normalidad. Nada de esto ocurrió.
Los últimos dos meses han sido señal clara de que la pandemia es un reto que tenemos por delante y no uno que podemos considerar superado. La segunda ola ha golpeado con fuerza a Europa, que presenta algunas de las peores estadísticas desde que el virus fuera detectado a inicios de año.
También en nuestro país se empieza a producir un aumento en la severidad de su impacto.
Tener claro lo anterior es importante porque el Gobierno dominicano enfrenta un desafío que no podrá vencer sin la colaboración y comprensión de los ciudadanos. Sobre todo, porque es muy probable que solicite una extensión del estado de emergencia y no varíe el toque de queda durante las fiestas navideñas.
Ese será un trago amargo para una población hastiada de medidas, cuyo término no se percibe aún en el horizonte, pero será necesario apurarlo.
No podemos repetir el error cometido en junio, cuando dejamos agotar el estado de excepción durante el proceso electoral.
Todos los argumentos usados en aquel momento para obligar a levantarlo se demostraron errados, y posiblemente muy costosos para la salud del pueblo dominicano. Es casi seguro que lo mismo ocurriría si se defiende el levantamiento durante la Navidad.
Comprendo perfectamente a quienes, cansados de las restricciones, abogan por suprimirlas.
Estoy tan terriblemente cansado de ellas como cualquier otra persona. Pero, aunque no las cumplamos a la perfección, sí debemos tener en cuenta que las medidas adoptadas por los dos gobiernos que han compartido el año han sido necesarias. Lamentablemente, nada ha cambiado aún.