Juan Pablo Duarte fue declarado traidor y desterrado del país a perpetuidad por el presidente Pedro Santana, a tan sólo seis meses de haberse proclamado la República el 27 de febrero de 1844.
El desterrado fijó su residencia en Venezuela. No regresó pese a la amnistía decretada por el presidente Manuel Jimenes en 1848. En cambio, en 1864 se enteró de que la Guerra de la Restauración estaba en marcha, y junto a su hermano Vicente, su tío Mariano Diez, el coronel y poeta Manuel Rodríguez Objío y el venezolano Candelario Oquendo, salió el primero de marzo de La Guaira y el 25 siguiente estaba en el Monte Cristi liberado.
Lo recibió con honores el comandante de armas, general Benito Monción, quien viajó con Duarte hasta Guayubín. El 4 de abril los viajeros llegaban a Santiago, sede del gobierno de la República en armas.
Por vía del Ministro de Interior y Policía, en víspera del arribo a Monte Cristi, se había impartido al Tesorero Particular de Hacienda de la Plaza de Santiago, una orden del 24 de marzo de 1864: Debiendo llegar de un momento a otro el General D. Juan Pablo Duarte y varios dominicanos más, Ud. se servirá mandar a hacer inmediatamente cuatro o seis catres, preparándolos con sus correspondientes sábanas y almohadas.
Esto era algo en ese tiempo, en medio de una guerra y en una ciudad reducida a escombros y a cenizas. Duarte no pudo verse con el presidente José Antonio Salcedo, que estaba en los campos de combate del Este, vio a Ramón Matías Mella, que ya estaba en agonía, pidió ir a los frentes de batalla, pero no se lo permitieron.
Finalmente, mediante comunicación del 14 de abril, el gobierno le encomendó al Patricio una misión diplomática en Venezuela. El 22, el vicepresidente Ulises Francisco Espaillat, encargado de los altos asuntos del gobierno en ausencia de Salcedo, le informó oficialmente que estaría despachado al día siguiente. Seis días después, el Padre de la Patria llegó a Saint Thomas y el 23 de noviembre a Caracas. Jamás volvió a su patria.
Qué conclusión sacar de las cosas pasadas en esos cortos 28 días de Duarte en su país. Vale la pena la reflexión, aunque una cosa debe estar clara de antemano.
Veinte años no habían pasado en vano y el país, los nuevos jefes, los nombres, las tareas, las circunstancias eran muy distintas a las del 1844.