El puñetazo del Papa

El puñetazo del Papa

El puñetazo del Papa

Rafael Molina Morillo, director de El Día

Soy uno de los millones de personas que en todas las latitudes del planeta han quedado atónitos y horrorizados con la matanza de periodistas en París por parte de fanáticos musulmanes.

No creo necesario repetir aquí lo execrable de la bárbara acción que ha conmovido al mundo, cuyas peligrosas consecuencias finales son todavía difíciles de prever.

En lo que a mí respecta, el trágico suceso me sumió en un mar de confusiones. Primero, por el crimen en sí mismo, pura y simplemente. Nadie tiene derecho a disponer de la vida ajena.

Segundo, porque las víctimas fueron periodistas y al quitarles la vida sus asesinos también han matado el derecho que tienen los demás de enterarse de lo que aquellos se proponían informar.

Tercero, porque a nadie se le puede obligar a creer en una religión determinada. Y cuarto, porque hay que ser un puerco asqueroso y desalmado para matar a sangre fría y con tanta furia y vesanía a un semejante.

Mi desconcierto, empero, proviene de mi firme convicción de que todo tiene su límite y de que, bajo ninguna circunstancia, deben herirse ni ridiculizase los sentimientos de los demás. Sin que se pueda justificar el crimen, se dice que la revista semanal satírica “Charlie HEBDO” era ofensiva y ácida en extremo contra los musulmanes, al grado de lo indecible.

Y hasta el papa Francisco, guía espiritual de media humanidad, sin justificar la agresión, no pudo evitar que de sus labios saliera la afirmación de que “si un buen amigo habla mal de su madre, puede esperar en respuesta un puñetazo”.

Mi confusión persiste, pero ahora, por lo menos, sé que no estoy solo en tan delicado asunto.



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