El Supermercado Nacional está por todas partes, pero el de la 27 de Febrero esquina Lincoln es el punto icónico. Allí empezó en 1965. Eliezer Tapia
Santo Domingo.-Su papá no estaba en casa, él carecía de la autoridad para fiar mercancías y así se lo hizo saber al militar parado ante el mostrador y este, sin duda, era un acto de valor en un muchacho que todavía hoy, cuando a sus 91 años recoge de la memoria algunos pormenores, se confiesa como una persona miedosa.
El momento era incómodo, pero el comprador lo destrabó con una propuesta: lo invitó a irse con él a la casa de la señora María Martínez, esposa del dictador Rafael Leonidas Trujillo, donde le pagarían los artículos.
José Manuel González Corripio era entonces un muchacho. Se había quedado la tarde del domingo atendiendo el colmado mientras los otros iban a misa; el hombre, un militar de la era de Trujillo que deambulaba por aquella parte de la Capital en busca de un establecimiento abierto, grande o pequeño, buscaba bebidas alcohólicas para la esposa del Jefe la tarde de un domingo.
La impresión que José Manuel tiene hoy día de aquel suceso es que el guardia andaba ya desalentado cuando detuvo el carro frente al pequeño colmado de la familia, ubicado en la calle Mercedes esquina José Reyes.
Ventanas abiertas
Es una anécdota en la vida de un comerciante exitoso entrevistado en sus oficinas de CCN de la avenida Luperón, al lado de Jumbo, una de las grandes plazas comerciales del Distrito Nacional.
En el relato se puede ver el lento paso del molino del tiempo en la concreción del destino. Contarle con voz baja a los periodistas Ányelo Mercedes, José Monegro y Miguel Febles aquel episodio de su vida podía ser un camino trillado muchas veces, pero lo relataba como si se tratara de la primera vez.
Posiblemente lo notable era estar refiriendo para otros y ver en ellos el interés por un recuerdo de más 60 años, ocurrido en un período de la vida nacional del que ya sólo quedan cenizas y temores en gente cada vez más escasa, que en algunos casos camina arrastrando los pies, no por cautas, sino por añosas.
Nunca, diría más adelante, había dado una entrevista y sus huéspedes se sentían como si tuvieran que sacarle las palabras inclusive sobre un episodio vital como aquel.
También abre este hechouna ventana a la forma en que una familia de gobernantes veía a la sociedad capitalina de los años 50.
La señora Martínez había enviado a un militar a buscar bebidas alcohólicas en la ciudad sin un centavo para pagarla y para el oficial debía de ser un hecho corriente que el vendedor, quien fuera, se desprendiera de su mercancía sobre la base de su palabra y la voluntad de una mujer que al día siguiente pagaría, tal vez después de una borrachera.
Tres ventanas quedaban abiertas en aquel momento en que González, ahora con 91 años cumplidos, relataba un hecho de cuando era un adolescente sin la autoridad para entregar una mercancía del negocio familiar, pero consciente del riesgo de negarse a venderla.
Una de estas ventanas mira a la familia Trujillo y el grado de posesión con que se sentían sobre un pueblo al que pudieron haber llevado a un mejor destino.
Otra deja entrever las bases sicológicas de un muchacho en condiciones de interpretar su momento y arriesgar una salida (no era ningún pendejo). Por otra de estas tres ventanas se asoma una enseñanza sencilla: una gran obra empieza con una piedra en el ángulo apropiado y un día, con trabajo, paciencia y concentración, culmina.
Inmigrantes españoles
En un estudio titulado La Inmigración Española en República Dominicana, publicado por el Archivo General de la Nación en 2016, Juan Ml. Romero Valiente escribe de una pujante colonia en el primer tercio del siglo pasado, la cual recibió parientes tras la apertura propiciada por el dictador Francisco Franco a partir de 1948 (el sobrinismo).
Señala en el flujo migratorio la marcada presencia de personas del noroeste peninsular, especialmente asturianos y gallegos (Págs. 211 y Sgts.). José Manuel González, por cierto, es un asturiano nacido en la localidad de Cabranes, pero fue traído al país en 1939, diez años antes de la apertura propiciada por Franco.
En esta ola migratoria, según el autor referido, llegaron en mayoría mujeres, niños y adolescentes de hasta 15 años. El pequeño José Manuel llegó con su madre a reencontrarse con el padre, dedicado al comercio y a quien conoció al llegar al puerto.
El caso de este comerciante de toda la vida contiene una lección para millones de dominicanos de precaria condición material: el trabajo rinde sus beneficios cuando está acompañado de la vocación.
¿Y cómo saber si se tiene la vocación? Debe ser fácil. Todo en la vida, suave o áspero, llega acompañado de dificultades y de satisfacciones; si el ánimo sólo está orientado a ver las dificultades y a pedirle a otro que las confronte (así sea Dios), no hay luz ni vocación.
Cruzar el océano…
— Y conocer a papá
González Corripio nació en Cabranes, Asturias y llegó a Santo Domingo de 8 años con su madre, Mercedes. No conocía a papá, Manuel González Cuesta, y desde el barco, un día de 1939, mamá le dijo al llegar: “Es aquel, el del sombrero”.