La semana recién pasada, la cultura carcelaria volvió a mostrar su rostro. Se supo de dos presos preventivos que murieron en custodia.
Uno de ellos, un joven extranjero, según denuncia de familiares, tenía meses sufriendo de una infección molar que terminó arrancándole la vida.
El segundo, un dominicano casi octogenario, guardaba prisión preventiva luego de ocupársele múltiples plantas de cannabis y un arma de fuego.
Inmediatamente hubo voces que justificaron la actuación del Estado señalando que el primero había sido condenado por narcotráfico y al segundo se le habían confiscado las plantas referidas.
Quienes así piensan cometen un error claro: no se cuestiona la capacidad del Estado para perseguir el delito (aunque son muy discutibles los supuestos beneficios de la guerra contra las drogas), sino la forma inhumana en la que trata a los que están sometidos a su ejercicio del monopolio de la violencia legítima.
Los condenados están en prisión porque el Estado decidió que esa es la forma de sancionar el hecho cometido. De eso no puede haber duda. Pero esto trae como consecuencia inevitable que ese mismo Estado es el responsable de que, mientras estén detenidos, cuenten con condiciones materiales mínimas. No puede almacenarse a los presos como ganado que va al matadero.
En el caso de los presos preventivos esta responsabilidad, aunque de igual naturaleza, es aún más imperiosa porque la persona privada de su libertad aún se presume inocente. Por ello, es doblemente importante evitarle cualquier daño, irreparable o no.
Sin embargo, los dos ejemplos señalados muestran el precio por nuestra fetichización de la cárcel como solución inmediata a todos los problemas, y su compañera convicción de que la privación de libertad está llamada a ser una experiencia cruel y deshumanizante.
No se entiende que un condenado, que está incapacitado para buscar ayuda propia, tarde meses en ser atendido por un problema de salud. Tampoco se explica muy bien que a un hombre de 79 años y con problemas de salud le dicten prisión preventiva y esta se ejecute en condiciones que terminan costándole la vida.
Esto está mal, no hay que buscarle muchas vueltas.