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El político y sus ansias de reconocimiento

El político y sus ansias de reconocimiento
📷 El político teme que sus acciones sean olvidadas.

Si hay algo que le gusta al común del político, es ser reconocido.


El político, por lo general, tiene resueltos los primeros tres niveles de la pirámide de realizaciones humanas enunciada por el psicólogo estadounidense Abraham Maslow, lo que lo hace procurar el reconocimiento de manera similar a como el sediento busca el agua.


El político quiere que lo posicionen en los asientos delanteros o en la mesa de honor, que pronuncien su nombre de manera correcta y que el maestro de ceremonias resalte algunos de sus logros (reales o inventados, poco importa), motivando con ello a arrancar algunos aplausos o miradas de falsa admiración.


No importa que se trate del presidente de la junta de vecinos, del militar a cargo de la seguridad del área o del presidente de un organismo autónomo del Estado.


Lo mismo con los chicos y con los grandes. Con regidores y vocales; con alcaldes y directores; diputados, senadores, ministros y asistentes, directores departamentales…


El político suele tener una avanzada de lambones y de personas que se atribuyen funciones no solicitadas para notificar su llegada al coordinador del evento.


Le gusta llegar tarde para llamar la atención con su entrada, camina de manera erguida e intenta dar una sensación jovial, cercana y humilde.


Con la pericia que da la práctica, aprende de manera intuitiva las bases para ser carismático: reír a carcajadas pero sin descontrolarse, mirar a los ojos con rostro serio y asentir como si en realidad escuchara, a la vez que saluda con las manos en la distancia.


El político cree que cuenta chistes con la habilidad del comediante; considera que los datos que suministra superan con creces lo que puede aportar el estadístico, el economista o el historiador.
Se percibe como intelectual tras haber leído de manera superficial algunas teorías sobre economía, educación y administración…


Al político le desconcierta encontrarse con personas que no lo conocen, que no lo admiran, que no lo adulan o que no le prestan atención.


Su mente no asimila que alguien no sepa quién es, ni lo distinga, ni pronuncie su nombre correctamente, y menos que lo confunda.


El político suele ser un ser de grandeza no lograda o forzada, un ícono sin forma, un mensaje sin contenido.


No ocurre con todos, pero es el común.


Eso sí: tiene una capacidad de aguante que lo hace parecer de goma, y en optimismo no hay quien se le compare.


Y aquí, mientras concluyo un desahogo en contra del político (pues, en democracia, cuando no hay coliseo, lo inventamos), debo reconocer que todos tenemos algo de político.


Tal vez el problema no sea el político, sino la gente que, en su efímero transitar por la vida, empieza a ver con preocupación que las huellas que va dejando parecen borrarse al instante, lo que los lleva a evitar asiduamente lo inevitable: el olvido.

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Anyelo Mercedes

Es periodista y locutor. Cubre Congreso, Partidos Políticos y JCE.

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