En El fin de la historia y el último hombre (1992) Fukuyama proclamó que, con un mundo basado en una democracia liberal tras el fin de la Guerra Fría, la historia, como lucha de ideologías, ha terminado. Esto se interpreta como el fin de las guerras y revoluciones sangrientas donde los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin arriesgar sus vidas. Para el autor, Estados Unidos es la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. Pero, ¿cuál poder tiene Estados Unidos?
En El fin del poder (2013), Naím sostiene que el poder ya no es lo que era. Para este, el 9/11 y la crisis financiera de 2008 desvelaron que Estados Unidos no era tan seguro ni poderoso, porque no podía garantizar la seguridad ni siquiera en su territorio.
Para él, las estructuras del poder se han agrietado. El mundo ya no es sólo una constelación de países y organismos supranacionales, con códigos espirituales o confesiones establecidas desde hace siglos.
El mundo se ha convertido en un magma en ebullición donde los países hegemónicos ya no tienen la capacidad unilateral de actuar, las empresas grandes o históricas corren el riesgo de desaparecer en pocos años, bastantes sistemas políticos están en proceso de recomposición o en desintegración, el poder blando de los grupos de interés o de acción social es creciente y la atomización de credos y grupos de acción espiritual alteran el statu quo social.
Naím sostiene que son tres revoluciones las causas de tal división del poder: la del más, de la movilidad y de la mentalidad. Decisiones importantes son postergadas o no tomadas por tensión entre poderes y estos están maniatados por la existencia de micropoderes y redes de influencia.
Quienes tienen “el poder” o aspiran a tenerlo deben estar conscientes de que los micropoderes, las redes, los grupos de intereses, el mayor acceso al bienestar y la conexión inmediata otorgan a la gente un mayor poder y menos dependencia del gobierno, con su consecuente disminución de capacidad de acción.
Esto obliga a repensar la forma de hacer política. Más ahora que las promesas llueven y la gente puede verificar, con solo entrar en un buscador, la coherencia entre el programa de gobierno anunciado y la gestión del poder real. Mejor es que los políticos cumplan. Cada día tenemos más conciencia.