El economista de USA, Tim Hartford, ha tenido la intrepidez de concebir y publicar el libro titulado el poder del desorden, en el cual argumenta la naturalidad en que el desorden es inherente a nuestra vida diaria. Pero, a su vez, sustenta que luchar contra la tendencia humana de buscar el orden y practicar las rutinas planificadas para obtener unas mejores decisiones chocan con los patrones tradicionales de criterios de los éxitos.
Para el economista Hartford resulta inaceptable los ataques peyorativos del concepto de desorden, en virtud de que sistemáticamente se apela al sesgo psicológico de pensar que el orden es bueno y el desorden es malo, pura y simple sin establecer los parámetros establecidos para ambos extremos. Una explicación razonable por parte de Hartford es que las evidencias psicológicas empíricas revelan que donde las interrupciones aleatorias, o desordenadas, en un proceso ordenado generan más ideas creativas que los círculos programados, por tanto, instituye que los imprevistos son más efectivos para la creatividad ya que la distracción es un proceso neurológico muy útil para que surjan las ideas creativas ya que la principal adversidad de la creatividad no es el orden sino el aburrimiento del proceso ordenado.
Pero no se trata de que Tim Hartford sea un fundamentalista del desorden ni del modelo de improvisar, por el contrario, establece que para asumir esta última hay que practicar, tener disposición a enfrentarse a situaciones caóticas. Pues tener la destreza para escuchar la verdad y estar dispuesto a asumir riesgos, se requiere tener experiencias, condición y temple, ante todo, para asumir la creación de espacios de error sin importarle su eficacia concebida y esto es una labor del valor de actuar.
En el enfoque del profesor Tim Hartford se interpreta que una realidad caótica del universo no se va a poder valorar por su medición, pero esta si puede cambiar la percepción de la realidad. Por tal razón sostiene que actuar bajo una visión de cortoplacismo nos conduce a pensar en objetivos que no cambien en el futuro ya que el mundo cambia rápidamente, pero las burocracias suelen mantener el mismo ritmo, por tanto, medir el rendimiento necesita de un cambio de comprobaciones más profundas.
Si se asume como razonables las reflexiones de Hartford se advierte que lo transcendental es la capacidad de cambio de los objetivos y de la medición del rendimiento de dichos objetivos más que el afán de exhibir resultados simplistas a situaciones que intrínsecamente tienen un alto nivel de complejidad. Y es que en la actualidad asistimos a una gran desorganización social y económica en que el poder del desorden parece imponerse en todos los ámbitos de la sociedad y donde los gobiernos no están tomando buenas decisiones ni son prefijadas de una reflexión previa, ninguna creatividad y donde no se tienen objetivos definidos de lo que se procura, sino la vanidad de disfrutar del poder sin límites para destruir las instituciones y repartirse el presupuesto público con criterios de botín de guerra.
La magia del desorden conduce a pensar que burócratas y autoridades tienen una impresionante capacidad de gestionar su desorden y convertirlo en su esquema de orden y pluralizarlo. Pierden de vista que el desorden tiene como consecuencias caer en el fastidio, el hartazgo y el repudio generalizado por parte de la población, pero sobre todo, se convierte en una repugnante vergüenza, tal como está ocurriendo con la nueva modalidad de corrupción como son los inescrupulosos e imprudentes alquileres de inmuebles sin límites en nombre y representación de las instituciones públicas.