El deporte profesional es una de las industrias más productivas del mundo, incluso ha desplazado a la estructura armamentista y a muchos otros sectores que hasta hace poco se entendían con principalía.
Es por ello que a nadie debe sorprender que cualquier atleta promedio pacte contrato por decenas de millones de dólares por unos pocos años.
Cuando Manny Pacquiao y Floyd Mayweather anunciaron que abandonaban el boxeo, después de escenificar un combate que en conjunto les dejó ganancias por más de 300 millones de dólares, entendí que era solo una táctica para generar más expectativas con mira a otro enfrentamiento.
Parecía ilógico que así fuera, pero a los pocos meses del “retiro”, el filipino, alegando que se sentía “muy solitario” sin el boxeo, firmó un contrato para reaparecer contra el mexicano Jessie Vargas, a quien derrotó por decisión unánime el pasado sábado.
Y aunque no lució el potencial de hace unos años, demostró que conserva el liderazgo que cultivó durante muchos años, porque hay que recordar que se inició en las 112 libras, pero ha peleado hasta en las 154, en cuyo trayecto conquistó ocho títulos en diferentes divisiones.
Pero lo más llamativo en la cartelera del sábado no fue el dominio que tuvo en casi todo el trayecto sobre Vargas, sino que en primera fila estaba sentado Mayweather, quien tras el combate alabó las condiciones de Pacquiao.
Como el boxeo es un negocio como otro cualquiera, la presencia de Floyd es solo un adelanto de lo que viene por ahí: un segundo choque en los primeros cuatro o cinco meses de 2017 que va a generar cientos de millones.
No se vayan , porque la historia está a punto de materializar ese esperado enfrentamiento, entre dos púgiles que están en el ocaso de sus carreras, pero que hasta el momento no han encontrado relevos de calidad.
Cuando se efectúe este segundo combate, se seguirá demostrando que el deporte cada día se solidifica más como un gigante económico que no parará ante nada y nadie.