“La ignorancia mata a los pueblos, y es preciso matar a la ignorancia”, José Martí.
El peor enemigo que ha tenido y aun tiene la humanidad es la ignorancia. De eso estoy convencido, pues al ignorante le es imposible distinguir entre su enemigo y su aliado.
No sabe distinguir quién representa el peligro.
Por ignorancia un pueblo puede llegar a adorar a su verdugo y apedrear a su defensor, ejemplos hay de sobra.
No estoy diciendo que necesariamente el ignorante sea bruto, aunque algunos merecen medalla olímpica.
Un individuo puede ser muy inteligente y al propio tiempo un gran ignorante en muchos aspectos.
En contraste, es posible que cierto personaje obtenga un título universitario y pese a ello ser menos inteligente que un campesino analfabeto. En el Congreso hay suficientes ejemplos de eso.
Muchas personas, incluidos intelectuales orgánicos y políticos hipócritas, adrede, se van por las ramas y repiten hasta el cansancio que el principal problema de nuestra sociedad, o de nuestro tiempo, es la falta de valores, otros dicen que los inmigrantes, la falta de un liderazgo responsable, los malos gobiernos, que los jóvenes de ahora no son como los de antes, y no faltan los que atribuyen todos nuestros problemas a que el hombre se ha alejado de Dios. Desde luego, también hay líderes con pretensiones mesiánicas, que se venden como los únicos con capacidad para resolver los problemas del país, a pesar de ser parte del problema.
La falta de conciencia impide que el hombre común y corriente, el obrero, el ama de casa, el desempleado, el policía, el chiripero o el estudiante distingan al farsante del político honesto.
El ignorante es peor que un ciego. Es fácil de manipular y eso explica por qué la resistencia de quienes han gobernado a invertir en educación.
Y cuando por fin la presión social los obliga a cumplir la ley, ponen como su prioridad la inversión en cemento, block y varilla, no en el maestro, ni los alumnos.
El inconsciente aplaude y sigue a quien le tiende la mano, porque ignora que esa migaja que le “regalan” ha salido de su bolsillo, de su sangre.
Solo en un país con un atraso político tan grande como el nuestro se pueden dar los niveles de corrupción e impunidad que hay aquí, y que los políticos delincuentes y sus cómplices del sector privado todavía se paseen por las calles como si fueran señores respetables y, peor aun, que haya miles de alienados dispuestos a defenderlos como si se tratase de la niña de sus ojos.
Combatiendo la ignorancia se combate al mismo tiempo la impunidad, la corrupción, la desigualdad, la injusticia y la mediocridad política.
Por todo lo anterior estoy convencido de que para los sectores que verdaderamente aman a este país, de los políticos serios que aun quedan, la principal tarea debe ser la de crear conciencia.
Si no hay conciencia no hay cambio posible, excepto la reversa, por eso es preciso sembrar conciencia, acabar con la ignorancia para que -liberado de esta- el propio pueblo sea capaz de liberarse de las lacras que hoy predominan, pues como solía decirse antaño, ¡Solo el pueblo salva al pueblo!