Coexistimos en un mundo en el que la paz y el sosiego escapan, veloces, a todas nuestras posibilidades. Si alguna vez envidiábamos lo que años atrás se calificaba como american way of life -en contraste con lo que era una vida quieta y casi provinciana- no podemos quejarnos: lo hemos logrado con creces.
Sentirse abrumado, la prontitud agobiante, los días y las noches desbordados por un disgusto perenne, paralizante, o una falsa o superficial alegría, son, ya, parte primordial de nuestra forma de vida.
Quizás, por eso, no es de extrañar que, en todas partes, los lugares, estén desbordados por personas en cuyos rostros se evidencia el disgusto o la tribulación. El ambiente se ha transformado de manera absoluta: de lugares gratos y amables, en los que no solo se caminaba a la búsqueda de salud o compartir un diálogo o un momento de una amistad de muchos años, ahora confrontamos multitudes cuyas actitudes varían desde la incomodidad
hasta el disgusto, gente perturbadora, entrometida y vociferante que, definitivamente, parece ocupar todos los espacios.
Me refiero, entre otros encuentros con amigos como Heriberto Hernández, Nino Peña, los doctores Valette, Milagros, Toledo, Reyes, – algunos desde aquellos ya tan distantes días del Colegio Universitario de la Universidad del Estado. Igual ocurre si se visita las áreas de esparcimiento de los centros comerciales, si va a un parque, si opta por sentarse a contemplar el mar en el malecón. Todo está desbordado de multitudes bulliciosas.
En los últimos meses he compartido con amigos de antaño varios de esos lugares públicos. Todos estaban repletos de personas y los adultos ocupaban casi todo el tiempo en atender a niños que, sencillamente, no se parecen a aquellos niños de otros entonces: conversar era casi menos que imposible por el bullicio y las actitudes desbordadas e indiscretas de muchos de los parroquianos.
Los viajes al interior, que eran un verdadero placer, ahora son un peligroso riesgo. Usted desconoce lo que pueda encontrar en el camino: por ejemplo, autobuses y camiones conducidos de manera violenta y temeraria, taponamientos maliciosos, confrontaciones…
Años atrás, recorrer las calles de diversas zonas de Santo Domingo, era un verdadero placer. Ahora es un verdadero infierno. Los espacios se han poblado de edificios y el volumen del tránsito resulta inconcebible y abrumador.
Multitudes de conductores y motoristas osados e indolentes, que guían de manera riesgosa y violenta que ocupan las calles como si fueran sus propietarios, rebasando a diestra y siniestra, violando las luces de los semáforos, atropellando cuanto encuentran a su paso y de manera temeraria.
Tome uno de nuestros muchos diarios: “Se reservan identificar policías que vendían municiones” (Listín Diario). “Pobladores abandonan frontera y haitianos retoman esos espacios” (Hoy). “Jochi está en su residencia desde ayer” (El Día). “La marihuana es la sustancia más consumida por adolescentes adictos” (Diario Libre). “La eterna crisis hospitalaria” (Diario Libre).