Mis compañeros en el chat del periódico EL DÍA son testigos de que había tomado la decisión de escribir sobre este tema desde el lunes en la tardecita.
Así que nada que ver con lo que pasó menos de 12 horas después con la denuncia del otrora ex procurador, quien dijo que teme por su vida, que tiene miedo.
Dicho esto, paso a contarles la triste historia del pajarito Ayayay.
En los tiempos en que atravesaba la peor crujía de mi vida tuve la dicha de conseguir un trabajo como supervisor y luego como encargado de producción en una embotelladora de refresco.
En ese lugar conocí a José Francisco -Cayo- Matos, uno de los hombres con mejor sentido del humor que yo haya conocido, aparte de mi abuelo Papamado.
Cayo se pasaba el turno alegre y haciendo cuentos que nos hacían la jornada más ligera.
Un día me hizo el cuento del que describía como “el pajarito más alarmoso y cobarde”, al que le gusta volar alto, pero que cuando viene bajando comienza a gritar desesperado «¡ay, ay, ay, ayayay, ay! De ahí su nombre: pajarito Ayayay.
Según Cayo Matos, el pajarito Ayayay es un ave pequeña, parecida a una rolita de esas que ahora abundan en la Capital. Además de muy mala memoria, esta avecilla tiene las patitas cortas, y dos testículos más grandes que las patas (sí, un ave con testículos, así era la imaginación de mi amigo).
Como si estuviera diciendo una verdad del tamaño de la catedral, Cayo Matos me contó que el pajarito aquel puede volar muy alto, casi hasta perderse de vista, su problema está en el aterrizaje.
“Cada vez que tiene que bajar a tierra, los gritos se oyen en el pueblo entero, porque comienza desde lo alto a gritar ayayay, ay, ayayay, ay. Mire German yo compadezco a ese pobre animalito. Es que ese debe ser un dolor insoportable”, me decía Cayo muy serio antes de explotar de la risa.
De aquello hace casi 30 años, y aún me causa gracia la tragicomedia del pajarito Ayayay.
Lo cierto es que aquella ave solo existió en la fértil imaginación de aquel veterano operador de la surtidora de refresco, o no sé a quién se lo habrá escuchado él.
Pero pensándolo bien, hay muchos políticos que se comportan igualito que el pajarito de grandes testículos y patas diminutas.
Ocurre que cuando están en los cargos -como el ave cuando ascendía por los aires- se olvidan de que en algún momento tendrán que bajar, que los cargos y el poder son pasajeros y que las cosas que les han sido confiadas no son de su propiedad. Que tarde o temprano deberán rendir cuentas.
Mientras están en los puestos se comportan como si las instituciones del Estado fueran de su propiedad y que por tanto pueden disponer de los recursos a su antojo y provecho personal. Abusan de su poder y, muchas veces, hacen alianzas con los que están bajo su mando y se comportan como una asociación de malhechores.
El tiempo pasa y los funcionarios dejan el cargo… llega el momento oscuro y doloroso de responder ante la justicia. Entonces gritan más que el pajarito Ayayay, cuando se tira a tierra, velozmente, con sus patitas tan cortas y los cojones tan grandes.
El pajarito me da risa y pena. Los corruptos no, por más que griten.