La mediocridad política nos aturde. Ha quedado penosamente evidenciada en estos días. El atraso en esa materia está sobre la mesa y se desborda con el impulso de gente que arrastra una visión tubular, anquilosada, bajo la cual cobijan su miedo y su desamparo.
Como estar en la nómina pública al parecer no se sostiene por el talento, sino que es -desde su óptica- un acto de caridad o una manifestación solidaria del Presidente, tienen la convicción de que la criticidad equivale a deslealtad, por lo cual el ejercicio de cuestionar es una traición al amo.
En el poco tiempo que compartí de cerca con Danilo Medina -cuando trabajaba con arrojo, método y persistencia por hacer realidad un proyecto de poder- no avizoré a un ente seducido por la pleitesía, el ditirambo ni el “limpiasaquismo”.
Desconozco si ese perfil se mantiene todavía, porque no le he visto de cerca desde que gobierna. Sabemos que el poder transforma, enloquece, crea trampas de espejismos, depara nubes rutilantes para flotar lejos de los mortales, mirando desde arriba, y crea una percepción de eternidad.
Me cuesta creer que Danilo, mi compueblano, esté absorbido en ese ecosistema de ilusiones, propicio para las mentes de corto alcance, vanas y con acuciante déficit tanto de ácido fólico como de inteligencia emocional. No veo al presidente ni lo asimilo en ese contexto.
El nivel de aceptación que tiene -cuando otros estarían en total desgaste y caída libre – es porque ha hecho un gobierno aceptable, hasta donde ha podido, en medio de una cultura política en la que el clientelismo, la relación primaria y el compadreo resultan difíciles de manejar para cualquiera y todo lo distorsionan. Pudo haber sido mejor -sobre todo si hubiese encaminado reformas económicas e institucionales de gran calado-, pero la verdad es que ha deparado un prolongado periodo de estabilidad.
Es, inclusive, una estabilidad que me asusta, porque los ciclos económicos son una realidad indiscutible y pienso que mucho hemos durado sin que sobrevenga un cataclismo inflacionario, un sacudimiento económico brutal que nos haga asirnos a una reforma profunda del sistema tributario, del armazón fiscal y financiero del Gobierno.
A riesgo -y lo tomo gustoso- de que una horda incivil, irracional, fanática y cobarde me haga papillas en las redes sociales, Danilo, mi coterráneo, y Leonel, mi apreciado profesor de Sociología de la Comunicación y asesor de tesis, deben evitar un choque de trenes que nos desguañangue, azuzados por gente que no tiene en su cabeza un proyecto de país, sino mucha ambición personal y hambre insaciable de riqueza. Por eso reelección y retorno, que es lo mismo, están en conflagración.
El país está primero, profesores. Ustedes dieron lo que iban a dar en periodos relativamente extensos en el ejercicio del poder. Muestren que pueden ser magnánimos y auspicien una tercera vía con lo mejor que tengan de ambos lados. Entrarán a la historia por la puerta delantera.