República Dominicana es el país de los partidos y de los políticos. Somos un pedacito de isla privilegiado, si se podría decir en el más claro de los sarcasmos, que con nuestros contados diez millones de habitantes tengamos tanta vocación política en los más de 25 partidos y organizaciones registradas en la Junta Central Electoral, de los cuales solo un pequeño porcentaje cuenta con más de tres gatos en su plantilla de seguidores, pero reciben de este organismo dinero para mantenerse en pie, aún a sabiendas que nunca llegarán al poder, pero muestran con orgullo su capacidad de respirar y mantenerse con el dinero que nos sacan de los bolsillos a base de impuestos y demás formas de fiscalización del Estado.
Vemos con tristeza cómo la política dominicana se aleja cada vez más de las ciencias políticas, donde cualquier Juan de los Palotes quiere ser regidor, diputado, senador y no digo presidente por que es un chin más difícil, pero no imposible.
Si no logran entrar a la rueda legislativa se inclinan por el funcionarismo y la escalera se sube no por conocimiento, en un gran número de casos, pero si por trabajo de calle matizado por la ignorancia y el deseo de lucro propio.
Nos han llenado la ciudad y las redes sociales de carteles de gente y nombres peculiares con lemas cliché de “todo por la patria y el país nos necesita”, que serán sepultados por los acuerdos entre partidos porque se quiere garantizar el poder a toda costa.
Y entre acuerdos y deseos seguimos con los mismos problemas o peores, con la esperanza de elegir entre los menos malos, pues la oferta deja mucho que desear.