Una brisa vagamente fría, tan ligera y suave como la caricia de alguien que te ama, penetra a la estancia por un ventanal abierto.
El mundo está en silencio. Las calles se hallan vacías y son vagas y sin intensidad las luces que uno descubre y adivina en los habitacionales que se proyectan en la distancia y que ocupan todos los espacios.
Estos días decembrinos, navideños, incitan la nostalgia y abren de par en par las puertas de recuerdos que brotan como las rosas de un jardín. Imágenes que despiertan alegrías y tristezas en nuestra mente y nuestro corazón. Me encuentro en el estar del apartamento de Rosa María Tirado en compañía de dos amigos cercanos: Rafael Evangelista y Daniel Contreras que ha venido de Madrid a trabajar por su país.
La conversación es apacible en un ambiente donde cada espacio está definido por óleos y acuarelas, fotos familiares, maceteros de flores y elaborados adornos de madera preciosa.
En algún momento, Daniel cita una estampa de uno de mis libros, luego de exponer lo que, a su juicio, son los anhelos más sentidos del ciudadano en tiempos tan complicados y difíciles como los actuales.
Evangelista interviene entonces pero, a diferencia del entusiasmo de Daniel, se expresa con una actitud de pesar tan honda que un agobiante silencio se esparce en el lugar como una sombra gris.
-Leí ese libro –dice, en un tono apenas audible. La tristeza se desliza entre sus palabras y todos hacemos silencio-. Se trata de “La manipulación de los espejos” y debo confesar a ustedes mis amigos, que pocas veces me he sentido tan desgarrado y triste mientras avanzaba en su lectura.
Se dirige, entonces, a doña Rosa y le dice algunas palabras que, es probable, ninguno de los presentes podrá borrar nunca de su corazón.
-Leerlo me hizo derramar lágrimas más de una vez. Como novela, es un texto que te corta la respiración por la intensidad de la trama, los personajes, los eventos que se suceden ininterrumpidamente.
Pero me impresionó el hecho de que el propósito del libro es que el autor, de manera muy sutil, casi imperceptible, describe el país que, pienso yo, soñó un hombre como Duarte.
Es aquel con el que sueña el ciudadano que ama y respeta su Patria.
“Una periodista reconocida internacionalmente retorna a la isla tras largos años de ausencia. Su visita se transforma en una concatenación de sorpresas.
Desde la ventanilla de su vuelo la asombra la tupida arboleda, el intenso verdor, la neblina que cubre los espacios. Ya en tierra, percibe la sencillez, la generosidad, la extrema educación y la formalidad de quienes la atienden.
La gente se conduce con formalidad, y a la vez con naturalidad, alegría, gentileza. No era lo que ella observó anteriormente.
“Una sorpresa se une a otra. La forma amable y sobria en que es tratada cuando llega a su hotel. Pero no es solo a ella, sino a todos.
El verdor intenso que descubre nueva vez en el camino. La erradicación absoluta de los arrabales y cánceres habitacionales, el desorden y el ruido en todas partes.
Al salir del hotel, observa que el antiguo malecón es otro, ha sido ampliado y humanizado, las palmeras verdes y renovadas, el orden en el tránsito, oleadas de niños felices que comparten en espacios creados en los arrecifes custodiados por un personal amoroso y gentil, personas muy ancianas rodeadas de jóvenes que comparten atenta y gratamente con ellos.
“Su sorpresa es mayor cuando visita el entorno del río Ozama, que ahora es transparente y tranquilo. Sus alrededores son como un bosque descomunal, donde las familias alternan y ríen tranquilas y despreocupadas.
Niños y jóvenes se divierten y juegan, otras personas leen y conversan, cientos de avecillas sobrevuelan los árboles, el pasto es verde e impecable. La admira la belleza clásica de una sucesión de paraninfos donde se ofrecen conciertos y conferencias.