En sentido práctico y convencional un padre de familia es una persona, hombre o mujer, responsable del sostenimiento estomacal, educativo, moral y espiritual de sus hijos, padres, hermanos, primos o de cualquier otra persona que éste haya aceptado como miembro de su núcleo familiar principal.
Eso, sin importar su nivel social ni su poder adquisitivo, pues ha de suponerse que califica como padre de familia todo quien cumpla con los deberes y las obligaciones antes señaladas.
Pero como en la República Dominicana la tuerca siempre se enrosca a la inversa, hay un porcentaje significativo de la población que practica el padrefamilismo muy a su manera.
En consecuencia, un padre de familia dominicano es un individuo con potestad para transportar sin ningún tipo de protección ni prevención alguna a tres o cuatro niños suyos y a la madre de éstos en la cola de un pequeño motor diseñado para dos personas, o para conducir un automóvil sin luces ni parabrisas o una camioneta con veinte personas en la parte trasera, sin que a las autoridades correspondientes les preocupen semejantes barrabasadas.
Tenemos millares de padres de familias dedicados al expendio de baratijas y mercancías variadas en las calles de mayor de tránsito del país y en las esquinas más congestionadas por el tránsito humano y vehicular. Esos padres de familia han convertido en mercados de pulgas, en restaurantes y en frituras ambulantes los elevados de los trenes y de los vehículos.
También han invadido los parques, las entradas a las instituciones públicas y privadas, de las viviendas barriales, de las áreas deportivas, etc.
Ellos están patentados para lanzar desperdicios en las calles y para impedir la circulación de los demás ciudadanos por las aceras. Es decir, poseen plena libertad y autorización para protagonizar el desorden y para detener el tránsito vehicular por horas y horas. Pero las autoridades de Salud Pública, de los ayuntamientos y de la Policía son miopes ante tal desazón.
Los padres de familias dominicanos argumentan que ese ejercicio del desorden y la desobediencia a las normas sociales les permiten sobrevivir y mantener a sus hijos.
Pero ¿no son esos mismos ciudadanos quienes mayormente dejan una porción sustancial de sus ingresos en las más de 30,000 bancas de juegos existentes en la República Dominicana? En esos centros de apuestas encomiendan su suerte a patas de caballos enfermos, a sorteos de lotería amañados que consumen su ilusión de salir de la pobreza.
Los fines de semanas muchos padres de familias “desbarataos” se mudan a los colmadones, donde a ritmo de bachata y un litro de Mac Albert, Bermúdez, Barceló o Brugal ahogan sus penas.
Esos parroquianos que han trabajado fuertemente durante la semana dejan en dichos centros de diversión gran parte de sus ingresos, que deberían emplear en el mejoramiento y alivio de su situación familiar. ¡Oh, padres de familias, cuántos disparates se hacen a nombre tuyo!