El ogro retrotópico

El ogro retrotópico

El ogro retrotópico

José Mármol

Guiado por la política del resentimiento, por la ambición fáctica de poder, además de la ceguera impuesta por la aspiración nostálgica y megalómana de recuperar el simbolismo y dominio del imperio de los zares y la extensión territorial de la cortina de hierro de la URSS, con la agresión a Ucrania Vladimir Putin ha marcado el fin de su régimen despótico y muy probablemente, el fin de la hegemonía rusa en Europa del Este.

Porque la criminal agresión a la independencia territorial y al Estado democrático de Ucrania, luego de haberle expropiado Crimea por la fuerza militar y sembrar el secesionismo prorruso en Dombás, Donetsk y Lugansk, es un desafío también a las democracias y al sistema de orden de los países de Occidente, así como a la paz mundial. Ucrania podrá ser aplastada militarmente, pero no derrotada, y mucho menos humillada, como el ejecutivo del Kremlin ha predicado, aunque signifique pérdidas humanas, millones de refugiados y exilio.

En cambio, Putin y los oligarcas corruptos que lo sustentan en el poder, siendo el propio gobernante uno de ellos, irán quedando condenados al precariado, a la indigencia económica y política, y la nación rusa a la condición de paria, debido a las severas y amplias sanciones de la Unión Europea y los países miembros de la OTAN, que terminarán asfixiándoles y expulsándoles del control del Kremlin, además del rol que jugarán inconformes y democráticas fuerzas intestinas pro dignidad en la propia Federación Rusa.

En los últimos días, Putin, el policía y espía autócrata de la antigua KGB, el ogro retrotópico, ha decidido censurar, tratar de poner mordaza a la labor de la prensa libre, criminalizando la objetividad de su trabajo, en un desesperado acto de supresión de la libertad de expresión y monopolización de la mentira informativa a la usanza de la desvencijada dictadura soviética. Además, ha ordenado el apresamiento de miles de ciudadanos rusos que se oponen a la agresión a Ucrania.

Desde su independencia en 1991, luego de la caída de la URSS, en las protestas de 2004 en la Plaza Maidán contra la actitud hipócrita y entreguista del entonces presidente Yanukóvich -que prometía al pueblo un tratado comercial con la Unión Europea, mientras coqueteaba con Putin y Rusia, para aliarse secretamente, por lo que fue popularmente expulsado del poder-, por la Marcha de los Millones en 2013 y contra la anexión violenta de Crimea en 2014, las nuevas generaciones ucranianas luchan por su libertad, su dignidad y por un mejor futuro.

Por el contrario, Putin mira, con resentimiento nostálgico hacia un pasado retrotópico, fosilizado, cargado de pretensión totalitaria disfrazada de coherencia política y territorial nacionalista, de opresión y de otras manifestaciones políticas y militares irracionales, propias de un narcisista herido por la histórica resistencia del pueblo ucraniano y la solidaridad del mundo occidental democrático contra la invasión militar y contra el cinismo y la prepotencia.

Putin, como ogro inmarcesible, es presa de lo que Zygmunt Bauman (2017) llamó fase retrotópica de la historia de la utopía, caracterizada por la aspiración delirante de recuperación del modelo tribal de comunidad, el retorno a un yo gobernante fuerte, imprescindible e inmaculado, cuyo destino supera incluso los factores identitarios y culturales, lo que resulta en un abandono arrogante de la perspectiva trazada por los acuerdos internacionales vigentes y por el orden civilizado y democrático.

Las utopías trataron de negar algo: las distopías posibles, sus contrarios. La retrotopía, en tanto que segunda negación de la utopía clásica de Tomas Moro, termina convirtiéndose en negación utópica resucitada, y consecuentemente, en reafirmación de la distopía, la opresión, el odio, el crimen, la inadmisible barbarie del temor al futuro.



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