El odio a los pobres

El odio a los pobres

El odio a los pobres

Altagracia Suriel

Nos dejó estupefactos la reciente afirmación del cantante Sergio Vargas de que “poner a un pobre a administrar fondos públicos es como poner a un gato a cuidar carne”.

Esta opinión se asocia a una disfunción social denominada aporofobia, un término creado por la filósofa española Adela Cortina y que se vincula al rechazo, odio y miedo a las personas que están ubicadas en los extractos sociales más bajos.

En la aporofobia o rechazo a los pobres se sitúan los siguientes mitos vinculados a comportamientos culturales que no son más que expresión de la desigualdad estructural de las sociedades y sus manifestaciones:

1. Los pobres son delincuentes:
Se tiende a mirar con sospecha a los pobres tildándolos de ladrones o delincuentes. En nombre de esa falacia se cometen atropellos que reafirman la criminalización de la pobreza que condena a los pobres a la indefensión y al olvido de la justicia.

2. Los pobres son vagos:
Otro mito asociado a la aporofobia es la consideración de que los pobres son vagos. Sin embargo, este mito contrasta con la realidad del empleo en nuestro país, donde la informalidad laboral se sitúa en 58.7%, caracterizada por el chiripeo y los pequeños negocios de los sectores de los quintiles más bajos de la población, lo que demuestra que los pobres son ingeniosos, laboriosos y emprendedores.

3. Los pobres son mala paga:
Se tiene la creencia de que los pobres son mala paga y tramposos. Sin embargo, los índices de pagos de la banca que presta a sectores vulnerables reportan más de un 98% de recuperación de préstamos y bajos índices de morosidad, lo que demuestra que los pobres pagan y a tiempo.

4. Los pobres consumen nuestros impuestos:
El rechazo a los pobres también se expresa en sectores de clase media y alta que ven con recelo la protección social y los subsidios a los más pobres porque entienden que se pagan de sus impuestos y que es un gasto inútil. Sin embargo, muy poco se critican las exenciones y privilegios que se otorgan al sector empresarial.
Parece ser que incentivar a los ricos a ser cada día más ricos es más importante que reducir la pobreza y proteger a los más vulnerables. ¡Qué injusticia!



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