Una de tantas acepciones de racismo, todas atentatorias a la dignidad humana: es el acto con el cual una persona discrimina a otra por su color de piel y por todos los rasgos morfológicos que se le vinculan.
Es un tema tabú, difícil de tratar desde la antigüedad y por ello casi siempre se obvia.
Ello a propósito de la cantidad de “memes” que llegan con la nueva fachada de Sammy Sosa, unos más atrevidos que otros.
Su reciente aparición pública repartiendo regalos a los pobres ha sido blanco de reiteradas burlas, aunque los medios lo trataron como el gran mesías por su labor caritativa.
Contrasta el afán de Sosa de ser blanco, porque no ha explicado si hay un motivo de salud y porque en el béisbol, actividad que por sus méritos lo hizo millonario en dólares, hay un capítulo emblemático cuando Jackie Robinson el 15 de abril de 1947 rompió la barrera racial que 50 años más tarde (1997) provocó que todos los equipos de Grandes Ligas retiraran el número 42 y que solo sea utilizado el 15 de abril de cada año por todos los jugadores activos.
Ese es un gran reconocimiento al jugador afroamericano.
Y la pregunta obligada es conocer cuántas veces Sammy se puso ese número 42 no convencido del legado que representaba.
Respeto a los que dicen que nadie debe meterse en la vida privada del otro, pero Sosa alcanzó una dimensión a un nivel tan elevado que es difícil separar su vida atlética de la privada. ¿Y sus antepasados? ¿Y sus herederos?
Lo advertí, es un tema incómodo, vedado por demás.