Muchos estanques están llenos de peces y camarones que han perdido el mercado por el frenazo de marzo.
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ.-El drama de la comunidad más grande de cultivadores de peces y camarones del país es de naturaleza material y personal.
La pandemia les ha dado un golpe tan fuerte en la cartera que los ha dejado pesimistas.
Copeyito, un paraje relativamente cerca de Nagua, fue hasta hace unos meses un núcleo rural activo y optimista en el que el dinero había empezado a fluir con su mejor faceta: la de motor y combustible de la actividad económica que tiene efectos sociales de esos que se pueden palpar.
Pero ya no fluye. Vendían camarones a hoteleros de la región Este que desde marzo no compran ni pagan. Están cerrados y cuando se les dice a los piscicultores que el gobierno da los pasos para abrir de nuevo, hacen un gesto con la boca y dejan escapar : Huuummm.
También le vendían pez basa a una empresa piscícola de Copeyito que cría, procesa y empezado a exportar a Estados Unidos, pero que también ha tenido que pisar el freno.
Ha seguido moviéndose a un cuarto del nivel de la marcha que tenía a principio de este año; la paralización económica dispuesta para detener una actividad social sobre la que se expandía el coronavirus causante del Covid-19 le ha dado un duro golpe.
El negocio de la cría de peces y camarones sigue desvaneciéndose en las manos de los piscicultores de Copeyito y al hablar con ellos sobre las posibilidades de recuperación del dinamismo pasado para mediados del año 21 se recogen en sí mismos y dejan ver la faceta humana de la incredulidad.
Prender sin gasolina
Misquelys Torres era al final de los años 90 del siglo pasado un campesino dedicado a las tareas comunes de los nativos de Copeyito, donde la abundante arcilla de una parte de la tierra no era buena para nada, pero la llegada de un hombre al que identifica como el francés Richard Leclerc, empezó a cambiarlo todo.
El señor Leclerc estableció en la comunidad una pequeña unidad de acuicultura que a los campesinos les pareció interesante y empezaron a imitarlo con una crianza para comer que ha terminado convirtiéndolos en la comunidad más grande de criadores de peces y camarones del país.
Torres es un hombre maduro que como muchos otros comparte su tiempo entre el negocio de los peces, el arroz y la ganadería, pero habían empezado a volcar toda su vitalidad en el negocio piscícola por lo prometedor que había empezado a volverse como negocio, particularmente por el mercado que se les había abierto con los requerimientos de los hoteles del Este y por la dinamización de Value Aquaculture, una empresa que, como ellos, cría carpas, camarones y basa, pero que además procesa la carne de este pez y que al momento del frenazo social y económico del 19 de marzo exportaba a los exigentes mercados de Estados Unidos y Canadá la producción propia y la de varios acuicultores como Torres que, además de criar camarones para venderlos al turismo, pasaron a criar basa, un pez de rápido crecimiento introducido al país del que se produce un filete sin espinas y embutidos que han tenido un nivel prometedor de aceptación, inclusive en el mercado local.
Un gerente preocupado
Carlos Mena es el consultor general de Value Acuaculture y encargado de procesamiento. La empresa empezó a operar en el año 2013, cuando procesó unas 30 toneladas de pescado que tuvo como destino el mercado local.
La pandemia del coronavirus los ha llevado del optimismo expansionista del año 19 al frenazo del 20 que los ha dejado casi sin aliento. Ahora, a finales de septiembre, opera a un 20 por ciento de su capacidad, según las palabras de Mena, que utiliza datos sobre el número de empleados, la cantidad de pescado procesado y el significado de las exportaciones, que han llegado a ser nulas en estos días.
Un recorrido por las instalaciones de la empresa en medio de una conversación sobre la operación a un cuarto de marcha para sobrevivir en lo que llegan tiempos mejores, deja ver lo que hasta hace unos meses era una pequeña unidad económica con un proyecto de expansión que se había materializado en equipos de los que da precios en dólares, la aplicación de un protocolo que lleva los peces de los estanques a las máquinas, las normas de higiene, los niveles de acceso de empleados y visitantes y el empacado de filete y embutidos.
¿Qué hacen para expandirse en el mercado local? Tratan con supermercados y esperan poder acercarse al gobierno para que incluya entre los alimentos del desayuno y el almuerzo escolar salchichas y jamón de pescado que producen en Capeyito y acaso los Comedores Económicos.
Cuando se palpa de cerca la realidad material a la que ha sido llevada la nación dominicana, uno se siente movido a una pregunta nada retórica ni filosófica: ¿tendrán idea en los centros urbanos, en los que tienen lugar las grandes decisiones en medio de salones perfumados, de la cruda realidad material de las pequeñas y medianas empresas y de los pequeños emprendedores que viven junto a su negocio y son ellos mismos sus principales operarios?.
La cooperativa
La cooperativa de los piscicultores de Copeyito tiene más de 90 miembros y ocho unidades acuícolas en las que crían carpas, camarones y basa. Uno de los miembros clave de la cooperativa es Value Acuaculture, que cuando prospera arrastra a los otros integrantes del negocio, pues les compra la producción del pez basa.
En el año 2015, según Misquelys Torres, la cooperativa recibió un préstamo de 15 millones de pesos del FEDA (Fondo Especial para el Desarrollo Agropecuario), una entidad a través de la cual la administración pública hace al Estado solidario con el emprendimiento rural, que puede llegar a ser financiado con bajos intereses.
Esto, sin embargo, tiene de negativo que puede ser afectado por las hormonas de la política, que no siempre están dispuestas para la continuidad del Estado y del bien común.
¿Está pagando la cooperativa de Copeyito el préstamo que consiguió con el FEDA para la expansión de las unidades de sus socios? Este año cumplieron hasta marzo con este compromiso, pero desde entonces no han vuelto a hacerlo.
Tampoco han vuelto a tener operaciones importantes del negocio, que se les ha ido al fondo junto con la crisis del turismo, según palabras de Torres, que la encabeza.
“No tenemos a quien venderle, a quien nos debe no tenemos manera de cobrarle y sin dinero no podemos pagar”, dijo para EL DÍA en en el patio de su casa, a donde llegó un periodista por casualidad.
“El palo dao…”
80% De las ventas se ha perdido.
Esto equivale para la empresa Value Acuaculture pérdidas por US$10,000 al mes.
El río Baquí
— El gasoil
Los acuicultores necesitan agua para llenar los estanques. Hasta ahora usan una bomba que les fue donada, pero el gasoil los tiene derrengados. La solución, dice Misquelys Torres, es una pequeña represa en el río Baquí, que daría agua para todos.