Desde Bruselas, Bélgica, el ex militante emepedeísta Hugo Alvarado Hernández ha pedido al Movimiento Popular Dominicano –MPD– que reconozca el haber ordenado el asesinato de Miriam Pineda, hace cincuenta años en Bélgica y que ese partido pida perdón ante el país por ello.
Conozco a Hugo, conozco la honradez de la familia de la que Hugo procede, los valores en que se cultivaron los hijos del hogar que encabezaron don Pablo Hernández y doña Juana Alvarado en San Francisco de Macorís. Hugo y yo estuvimos presos juntos en la cárcel de esa ciudad en 1969, yo salí el 23 de diciembre de la prisión y, luego, el 26 de marzo de 1970, salió Hugo hacia el destierro como parte de los presos excarcelados a cambio de la liberación del coronel Donald Jhosep Crowley, que había sido secuestrado por un comando revolucionario dos días antes.
Al igual que varios de los emepedeístas que habían salido al destierro a raíz del secuestro, Hugo estaba en Bruselas el 23 de mayo de 1971 cuando el líder del MPD, Maximiliano Gómez, fue encontrado muerto en el apartamento donde vivía Miriam Pineda, viuda del camarada Otto Morales, asesinado por la Policía Nacional el 16 de julio de 1970.
Según lo que se conoce, a Miriam la señalaron como culpable de la muerte de Gómez, y por órdenes de Manolo Plata, que había ganado influencia al lado del líder y ahora empezaba a ejercer como jefe del grupo de emepedeistas que estaban en Bruselas, a Miriam se le mantuvo secuestrada, la sometieron a todo tipo de presiones y torturas y al fin la asesinaron y descuartizaron su cuerpo.
Todo esto no puede ser más condenable y doloroso. Para la familia de Miriam, para quienes militamos en el MPD, quisimos entrañablemente a Otto Morales, conocimos los padres y otros miembros de la familia de Miriam y a la propia Miriam, que fue siempre una figura familiar para nosotros.
Hugo ha dado varias veces su versión sobre esos hechos, pero con la acusación que ahora le ha hecho al MPD, está hablando demás y hablando de asuntos que él no conoce. He recibido hasta con extrañeza, su desafortunada afirmación, que viene a ser un golpe más al nombre histórico y las glorias de un partido que a pesar de sus errores, marcó con heroísmo la historia de la lucha por la libertad y la democracia en nuestro país.
Al MPD nunca se le dio tregua y debió vivir constantemente defendiéndose en dos frentes, el de la represión violenta que le privó de la vida de decenas de sus mejores cuadros y el de los ataques destinados a mancharle su honra y su moral.
Esos ataques contrarrevolucionarios que nunca han cesado, se han recrudecido en los últimos tiempos y nadie sale a enfrentarlos, con la contundencia con que acaba de hacerlo mi amigo entrañable Freddy González. No me explico por qué los grupos y fracciones que reivindican el nombre y la representación del MPD, guardan silencio y ha tenido que ser un emepedeísta de la vieja guardia como González, quien haya tenido que dar el paso al frente y asumir responsablemente y con valor, la defensa de su antiguo partido.
Para la época en que ocurrieron los hechos en Bruselas, la represión y el terror del gobierno balaguerista de los doce años había golpeado severamente el cuerpo dirigente del MPD. Esa organización estaba dirigida por un reducido equipo entre los cuales se contaban hombres que jamás hubiesen apoyado una decisión criminal tan bochornosa como el asesinato de Miriam Pineda.
Al contrario, lo que se le ordenó a Manolo Plata y quienes la tenían bajo secuestro fue preservarle la vida y enviarla con sus hijos de regreso a nuestro país. El MPD nunca dio esa orden macabra, y no tiene que arrodillarse a pedirle perdón a nadie. Cometió errores y pagó por ellos con el tributo de su propia sangre y, por demás, muchas veces supo admitir sus errores y hacerse con honradez revolucionaria la correspondiente autocrítica.
Sus méritos están basados en aportes hechos a lo largo del tiempo. Por eso, junto a la bandera roja y negra queda una rica e importante memoria acumulada, un nombre histórico y un ejemplo de combate que se debe preservar y que a veces parece no tener quién dé la cara por ellos.
Hace cuarenta y dos años, junto a un grupo de camaradas, me tocó pronunciar las palabras con que despedimos formalmente la militancia orgánica en el MPD para fundar un nuevo partido, el Partido Comunista del Trabajo. Lo hicimos sin renegar de nuestra vieja organización, rompiendo con sus fallos pero reivindicando sus innegables méritos. Y a mucha honra. De su bandera rojinegra, dije entonces, descartamos la franja negra de sus errores, pero preservábamos el rojo púrpura de sus glorias. Y hoy, desde esa misma actitud, escribo las líneas que anteceden.