En una charla intrascendente entre amigos surgió el tema del tiempo. No del tiempo meteorológico, que puede pronosticarse, sabiéndose de antemano si va a llover o saldrá el sol, si habrá frío o calor, si el ciclón tomará éste o aquel rumbo. No.
Hablamos del tiempo que pasa y no vuelve, del que se mide en los relojes y los calendarios, del que no se ve, es incoloro y no huele, del que no produce ruido.
¡Qué misterioso es el tiempo! Sus compañeros son el infinito y la eternidad, que no tienen límites. Pero el tiempo, que tampoco tiene límites, está siempre en movimiento, sin mirar atrás, como si devorara todo lo que está por delante.
Me pregunto: ¿se detendrá algún día el tiempo? ¿Y entonces, cómo será aquello? Mi imaginación no alcanza a comprenderlo, como tampoco entiendo que el espacio no tenga fin (y si lo tuviera, tampoco comprendería qué habrá más allá de ese fin, que entonces ya no será el fin…).
Mientras tanto, seguimos navegando en esta partícula de polvo que es la Tierra, creyendo que somos la última Coca-Cola del desierto y matándonos unos a otros por motivos mezquinos e insignificantes que el tiempo inexorable dejará en el olvido.
A cada uno de nosotros los mortales se nos ha asignado una pequeña cuota de los millones de años luz que andan rodando por ahí, para que la llenemos como mejor nos parezca. Yo pienso en cómo hacerlo. Y usted, ¿se ha detenido a pensar en ello?