El misterio de la casa de la abuela

El misterio de la casa de la abuela

El misterio de la casa de la abuela

Isauris Almánzar

SANTO DOMINGO.– Santiago Rodríguez, tierra de casabe, ríos caudalosos y mujeres hermosas, hasta el mismísimo Trujillo se vio tentado por los paisajes y vimos nacer a nuestra querida Manuela, cariñosamente Fefa.

Todo muy bonito, hasta que suenan las carlancas de ajo y los cafetales debajo de la mata de mango. Yo siempre pensé que se trataba de mi imaginación cuando iban a los camarotes y me despertaban abruptamente o cuando veía esa mulata con el pelo afro que me saludaba, durante años me quedé callada, le temía al manicomio, luego comprobé que no era cosa mía.

Ese día, el perro estaba inquieto como nunca, mi prima había llegado de Miami y quería un poco de tranquilidad, nos fuimos a la casa de la abuela en el campo. Mientras preparaban el asado de bienvenida, yo los veía caminando desde la enramada y no me refiero a mis familiares. El viento estaba tan pesado esa noche, sentía que la muerte nos estaba acechando.

Nos fuimos a la habitación a abrir maletas. Todos dormían, menos nosotras tres, eran precisamente las dos de la madrugada, una cabaña de madera, historias de galipotes, brujas y un río con un bosque tupido, bañado por el canto de los indios y tejido por los hilos para que las voladoras no se pierdan en las penumbras.

El rostro pálido de mi prima me indicaba que también empezó a escuchar lo que más temía.

Abrió sus ojos cuan bóveda en plena quincena, se llevó el dedo índice a la boca en señal de que no hiciera ruido, sí, señores, ahí empezó la mayor hora de terror de toda mi vida, pues eso se escuchaba como si arrastrase unas cadenas y golpeaba la madera como si llevase un bate en sus manos, cada paso, un golpe, cada paso, otro golpe, mi corazón se aceleraba a la medida que esa cosa se acercaba a nosotras.

Les juro que lo primero que me vino a la cabeza fue nuestra inminente muerte y en mi experiencia con los espíritus, ninguno había sido tan agresivo como este. Yo no sabía qué hacer, nuestra única defensa era una puerta de hierro en el vestíbulo, la cual también empezó a sonar como si la sacudiesen con toda la violencia del mundo, ahí tiramos un grito aterrador, pero nadie nos escuchó, cuando de pronto…



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