MADRID.- El sábado toda la población estará autorizada a salir a la calle con restricciones para hacer deporte o pasear, pero muchos afrontan con miedo esa libertad recuperada. Psiquiatras y psicólogos lanzan un mensaje de tranquilidad: es normal sentir ansiedad tras siete semanas de confinamiento.
«Tener cierto temor, cierta ansiedad es absolutamente normal. Incluso es bueno y saludable. A quien no le dé respeto salir a la calle será menos capaz de valorar los peligros y tendrá más riesgo de contagio», explica a Efe Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría.
Al margen de que los ciudadanos llevan semanas escuchando noticias sobre muertes y hospitales saturados, Arango recuerda que cualquier cambio, incluso el que es a mejor, como mudarse a una casa más grande o un ascenso profesional, genera estrés y ansiedad y exige un periodo de adaptación.
«Encerrarse en casa o salir tras el encierro va a ir acompañado de una reacción fisiológica normal y esperable y la gente no tiene por qué preocuparse».
A este psiquiatra le irrita la expresión «distancia social»: «lo que necesitamos es distancia física y cercanía social; ahora necesitamos que la gente empatice mucho, que mantenga la distancia física pero que se dé mucho cariño, aunque sean besos virtuales».
Las personas, destaca, tienen que ser conscientes además de que van a empezar a hacer actividades, como pasear, con menor riesgo de lo que hacían hasta ahora, como ir al supermercado.
Según un estudio de investigadores de la Universidad Europea en base a un sondeo realizado a más de 16.000 personas de Madrid, Cantabria y Canarias, el 70 % tiene miedo a contagiarse y el 50 % siente temor o ansiedad al salir de casa.
Timanfaya Hernández, psicóloga clínica y forense, ve cómo aumentan las consultas de personas con sintomatología ansiosa, con miedo al contagio y ahora también con temor a la calle.
«Sabemos que va a ocurrir. Nunca hemos vivido una pandemia y un confinamiento de esta dimensión, pero ya está descrito el fenómeno en otros colectivos que han vivido recluidos, como pacientes que son dados de alta tras largas hospitalizaciones o reclusos que salen de prisión», explica a Efe.
La reclusión, apunta, es desagradable, pero nuestros mecanismos de supervivencia contrarrestan esa sensación y nos han permitido adaptarnos al confinamiento; el problema puede surgir cuando ese mecanismo de defensa llega a ser «desadaptativo»: «Nuestro cerebro es muy inteligente, pero también muy puñetero».
¿HAY QUE FORZARSE SALIR?
Arango recomienda aprovechar los paseos, volver poco a poco volviendo a la normalidad del futuro. «En el confinamiento pasamos del todo a la nada, pero son mejores las adaptaciones progresivas; que la gente vaya saliendo de forma paulatina, dando paseos, y si no le apetece, que se vayan forzando».
Timanfaya Hernández apuesta por que cada uno se plantee su propio «desconfinamiento» y marque sus pautas para ver cómo se siente.
«No pasa nada por salir el lunes en vez del sábado. ¿Hasta dónde? En vez de un kilómetro, voy a dar primero una vuelta a la manzana. Si me veo muy descontrolado, que no puedo manejar la situación y me genera mucho malestar, eso indica que hay un problema y tendremos que hacer un trabajo para reconducir ese estado, que no se va a reconducir solo».
Hay que asumir que ese temor es normal, coincide con Arango, pero también ver que no interfiere en la vida cotidiana, que permite seguir las rutinas y mantener las relaciones sociales, pedir ayuda si la ansiedad o el miedo nos incapacita.
PERSONAS CON PATOLOGÍAS PREVIAS Y NUEVOS PROBLEMAS
Según explica Arango, los psiquiatras sí están viendo exacerbaciones o recaídas en gente vulnerable, con transtornos mentales de base.
Pero su mayor preocupación no está en los problemas mentales derivados del confinamiento, sino en los trastornos psíquicos que provocará la crisis económica, como se comprobó en la de 2008: «Viene una ola y los gestores sanitarios tienen que ser conscientes de ello».
La salud mental de quienes han estado en primera línea, los sanitarios, también centra la atención de los psiquiatras, además del abordaje de los «duelos patológicos», esas miles de personas a las que se les ha muerto un ser querido sin entierro, sin funeral y sin el ritual de la despedida.
Hernández coincide en la preocupación por aquellas personas con patologías previas, que pueden confundir el malestar que causa el confinamiento y el desconfinamiento, que afecta a toda la población, con un empeoramiento de su sintomatología propia.
Se refiere, por ejemplo, a pacientes con agorafobia o transtornos obsesivo compulsivos de limpieza. «Ya seguían pautas de limpieza suficiente en su día a día para hacer frente a un coronavirus. Tenemos que trabajar con ellos otra vez, explicarles que los consejos van dirigidos a la población sin esa patología; que tienen que lavarse las manos cuando salgan, pero no volver a lavárselas veinte veces al día».
NECESIDAD DE CERTEZAS
Arango lamenta que el Gobierno, en su toma de decisiones, no haya tenido en cuenta la salud mental de la población, cuando está comprobado que la mayoría de los problemas que genera el confinamiento tienen que ver con ésta.
Se ha confinado a toda la población en casa para controlar a las personas que no habrían seguido las reglas, explica, pero está demostrado que hay menos complicaciones de salud mental cuando el encierro se hace «de forma altruista y no obligada», cuando el Gobierno informa de los riesgos y el individuo toma la decisión de quedarse en casa, sin imposiciones.
Se registran también menos problemas en los países que han fijado un plan con fechas, aunque luego cambien, añade. «No hay cosa que genere más angustia al ser humano que la incertidumbre. Cuando a una persona le van a dar los resultados de una prueba de cáncer tiene más ansiedad antes que después, aunque el resultado sea malo».
«Esa falta de certidumbre con la que nos han tenido es muy nociva», advierte.