“Ellos se inclinaron y lo adoraron. Ellos abrieron sus regalos y le dieron tesoros de oro, incienso y mirra” (Mateo 2:11).
El relato bíblico nos dice la acción de los magos cuando encontraron a niño Jesús, le veneraron y le llevaron presentes.
En esta época algo que me gusta es que me regalen. Disfruto cuando alguien se acuerda de mí y espontáneamente tiene un detalle conmigo, qué alegría siento.
Tal vez eso mismo te pasa a ti lector, cuando te regalo lo que tú deseas te sientes bien. Luego somos agradecidos por el regalo.
Pero el mejor regalo que podemos recibir es el de Dios.
El nacimiento de Jesús es un regalo para nosotros, fue una gran sorpresa, porque tú y yo no merecíamos este don tan maravilloso, te das cuenta, esto es algo fantástico, mi fe es la que me sostiene de alegría al recibir este obsequio.
Este regalo de Dios vino a nosotros en una envoltura de humildad. Ningún papel de brillo, ni luces de colores, sino en un testado de pureza, y sencilla.
Piensa qué pasaría si te lleva un regalo envuelto en un periódico y atado con cuerda de gamuza, cuál sería tu reacción.
Pero piensa en el regalo de Dios para nosotros. Jesús no nació en un palacio de oro, nació en un establo. Estaba vestido con harapos.
Lo tendieron en un comedero. Sin embargo, estas cosas no disminuyen de ninguna manera la historia del nacimiento de Cristo.
En todo caso, nos ayudan a darnos cuenta del gran sacrificio que Dios hizo por nosotros.
El don de Dios a la humanidad, el don supremo de la vida eterna a través de su Hijo, Jesucristo, quien vino en el más simple y humilde de los envoltorios.
Así que la Navidad no se trata de los regalos que tú recibas en este momento. Dios tiene para ti el mejor regalo que puedes recibir, que es su Hijo Jesucristo, recíbelo y llénate de alegría.