El deber más amargo que debe cumplir todo militante comunista es el de decirle adiós a un compañero muerto. Ahora he tenido que cumplir ese triste deber ante la muerte de dos compañeros entrañables, Raúl Pérez Peña –Bacho- e Iván Rodríguez.
Mis compañeros de armas cuando junto a Manolo, aunque en frentes diferentes, nos fuimos a la guerra de guerrillas el 28 de noviembre de 1963.
El sesenta aniversario de ese acontecimiento histórico ha quedado ensombrecido por la muerte de estos dos ya legendarios compañeros. Esas muertes, ocurridas con horas apenas de diferencia, me tocan de cerca. Sin ellos ya el paisaje del movimiento de izquierda se ha quedado incompleto.
Por suerte, dejan la herencia de un ejemplo de persistencia irreductible en una sola línea y ojalá la nueva generación de revolucionarios sepa honrar esa herencia.
Bacho nunca se cansó de batallar. A veces solo, afanoso, acompañado apenas por su noble terquedad. Sus escritos y publicaciones, sus diligencias y sus proyectos dirigidos siempre a mantener viva la memoria histórica de nuestro movimiento, sus epopeyas, sus líderes, a Manolo, a los mártires, al 1J4 y su emblema verdinegro.
Envuelto en esos afanes lo conocí recién concluida la Guerra de Abril, él como parte del equipo editor del periódico y otras publicaciones del Movimiento Revolucionario 14 de Junio. Y cincuenta y ocho años después, en esos mismos esfuerzos desesperados le llegó la muerte.
De Iván, admiraré siempre su rectitud, su firmeza, la austeridad y la honradez acrisolada de su vida personal. Junto a la militancia en el 1J4 y la participación común en el movimiento guerrillero, con Iván, a partir de septiembre de 1967, compartí el día a día de nuestra estadía por cinco meses en China, como becados de la Academia Político Militar de Nakín.
Luego, aunque en organizaciones revolucionarias distintas y cada quien con sus propios conceptos, compartimos unas relaciones de afecto y de incólume respeto que se prolongaron a las familias respectivas que ambos procreamos. Con Iván se muere el último sobreviviente del frente guerrillero Mauricio Báez, que operó en las montañas del Este. Él es otra semilla sembrada al final de un largo camino.
Les digo adiós, inolvidables compañeros. Y, a los pies de Margot y los descendientes del Bacho; a los pies de Miriam y los descendientes de Iván; les prometo empeñar todo lo que mis fuerzas y mi voluntad me permitan por ser digno del ejemplo de perseverancia que han dejado.